Por Gabriel Boragina ©
Lejos de estar presenciado el desmantelamiento del aparato gubernamental no hacemos más que asistir a su mantenimiento y aun a su fortalecimiento, claras señales de la ausencia de un sistema liberal o libertario en la Argentina.
La teoría económica liberal es muy nítida al respecto. Una sustancial baja del gasto público opera en un sentido similar al de un sistema de vasos comunicantes donde lo que se resta de un lado acrecienta el siguiente.
Así, si efectivamente se eliminaran funciones públicas -sin crearse otras en su reemplazo ni traspasar esos recursos a otras reparticiones estatales existentes- esa reducción se trasladaría al sector privado con consecuencias visiblemente positivas: incremento de ingresos y salarios en términos reales, aumento de inversiones y de contrataciones de mano de obra. Es decir, hasta para un lego en economía seria evidente que habría un fortalecimiento de la actividad privada y un decrecimiento de la estatal.
Nada de esto se observa en la actual economía argentina. No hay precios que bajen, sino que, en el mejor de los casos, se mantienen estancados pero a niveles muy altos lo que equivale a un retroceso, y en los supuestos restantes los costos suben empujando los precios hacia arriba.
Si bien nominalmente los precios y servicios parecieran mantenerse estables, en realidad están subiendo, porque los mercados están ajustando precios constantemente por cantidad y calidad.
Tomemos, por ejemplo, el caso de las empresas de medicina prepaga. Por un lado, algunas aumentan sus cuotas de acuerdo a los deliberados y artificialmente bajos índices oficiales de inflación, pero, al mismo tiempo, reducen sus prestaciones, achicando el plantel de médicos, clínicas, análisis, etc. o la oferta de planes disponibles, lo que en apariencia luce como una cuota que muestra aumentos moderados, pero al rebajar la cantidad o calidad del servicio opera como un aumento sustancial de su precio, incremento mayor cuanto más se menoscaba el nivel del servicio.
Fenómeno similar se observa en los supermercados y venta de comestibles en general. Los envases son más pequeños o lo que antes pesaba 1 kg y se compraba por $ 10 (cientos o miles) hoy, por ese mismo precio, se adquiere solamente 0.5 kg. Todo lo cual se traduce en un solo termino: aumento de precios. En el caso donde las cantidades se mantienen constantes puede constatarse un deterioro en las calidades de los productos (lácteos, carnes, pastas, vegetales, etc.). Muchos economistas, desdeñan por considerarlos insustanciales a su juicio, y no llegan a estos niveles de detalle. Son los macroeconomistas, que apelan con orgullo a los ‘‘grandes números’‘, pero las amas de casa, en cambio, sí.
En los empleos sucede otro tanto: bancos, empresas y Pymes ajustan sus planteles para poder seguir pagando los mismos salarios y no disminuirlos. Y asi podemos seguir con lo que se ve a diario : restaurantes vacíos, locales cerrados que no vuelven a abrirse, inmuebles que no se venden, ni alquilan, etc.
Todo lo contrario -en síntesis- a la hartamente propagandeada deflación de la que se ufana un gobierno supuestamente ‘‘libertario’‘.
Como tantas veces indiqué, lo importante es la tendencia. Tanto Friedrich A. von Hayek como Ludwig von Mises y otros autores han sostenido que la transición de un sistema intervenido a otro liberal debe ser súbita o lo más rápida que sea posible, pero ni aun siendo benignos con las autoridades puede advertirse siquiera una propensión hacia volcar los recursos estatales en los mercados vía reducción del gasto público.
Es cierto que el discurso oficialista va en sentido contrario a lo expuesto. Es también verdad que en la tribuna el partido político gobernante porfía que ‘‘estamos’‘ en un ‘‘sistema liberal’‘. Pero, nadie que tenga mínimas nociones sobre cuáles son los elementos básicos de un sistema definido como tal puede creer que ese nuevo relato oficial (esta vez de derecha) sea real.
El transcurso del tiempo sin el efecto visible de resultados que den la señal de una dirección sostenida hacia una economía de mercado, no puede tener otra lectura que la de un fracaso, si es que realmente alguna vez se quiso pensar como posible una reforma liberal o de tipo libertaria.
Será discutible si esta nueva frustración se debió a torpeza o a la intención real (no confesada ni publicitada) de continuar o empeorar las políticas económicas de gobiernos anteriores no liberales o decididamente antiliberales. De lo que no habrá duda es del fracaso en sí mismo, excepto, claro está, para los fanáticos (que nunca faltan) que negarán a ultranza toda evidencia en contra de sus números macro optimistas, aun cuando todas las cosas se desplomen a su alrededor. Continuarán estos perdidos negando lo innegable.
Para ello, cada uno de estos tendrá sus razones: ignorancia o mala fe, y quizás (o incluso) una cuota de combinación de ambas.
Lo cierto es que, los que no se engañan ni por ignorancia ni por mala fe también sufrirán (como todos) las consecuencias de la debacle. Y aunque todos resulten perjudicados aquellos serán los más perjudicados por no haber creído nunca en estos nuevos fracasados ‘‘salvadores de la patria’‘.
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