Accion Humana

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Revista Digital

Inteligencia artificial y democracias

 Por Gabriel Boragina ©

 

¿Y si reemplazamos al gobierno por ChatGPT?. La pregunta es, por supuesto, una broma, pero todo parece indicar que ChatGPT ‘‘tiene’‘ ideas mucho más claras que el gobierno argentino de cómo se deben solucionar los problemas económicos y políticos del país.

Resulta que es tanto el descalabro y la desorientación que muestra el partido gobernante que daría la impresión que hasta un robot (mal llamado inteligencia artificial) podría hacerlo mejor, y no sólo simplemente mejor, sino mucho mejor.

La llamada inteligencia artificial pretende ser una imitación de la verdadera inteligencia, la única que existe, que es la inteligencia humana, la única inteligencia real. Donde, la distinción entre real y artificial tratándose de la inteligencia no tiene sentido alguno. No hay una inteligencia real y otra artificial. Sólo hay una inteligencia, que es la humana, y todo lo demás es producto de esa única inteligencia (la humana, valga la redundancia).

Pero en el caso del gobierno autollamado falsamente ‘‘libertario’‘ argentino, hasta en cada uno de sus miembros puede aplicarse el término artificial a las ‘‘soluciones’‘ que propone. Artificial, en este supuesto, por lo poco ingeniosas y (en lo que nos interesa) lo escasamente ligadas realmente al sistema liberal o libertario que ellos dicen estar aplicando.

Por eso, en esta coyuntura, hasta un robot programado y equipado con las ideas liberales correctas podría hacerlo mucho mejor que esta sarta de incompetentes o acomodaticios que gobiernan el estado argentino.

Pero lo cierto es que ningún robot reemplaza la inteligencia humana, y lo que realmente se observa es escasez, tanto de inteligencia como de ideas libertarias.

Hay si, como tantas veces dijimos, un discurso en ese sentido, y hay una razón psicológica para mantener esa arenga, y es que la población argentina es muy propensa a creer en sus propios mitos y autoconvencerse de lo que desea creer. Y muy permeable a cualquier cosa que suene a ‘’diferente’’, aunque en los hechos reales no haya diferencia alguna de lo que la mentalidad argentina reconoce muy tardíamente cuando el desastre está a las puertas.

Es una lástima que la frustración siempre llegue tarde, porque los males hay que abortarlos apenas muestran sus primeros vestigios. Y es asi que, en una sociedad donde importan más las apariencias que las realidades, en nombre de preservar la democracia se toleran gobiernos incompetentes o corruptos, cuando al primer síntoma de anormalidad debería ser extirpado de inmediato.

Es sintomático que una sociedad que posa de democrática desconozca que la democracia es solamente una palabra que adquiere sentido cuando se la califica. Así, no es lo mismo una democracia popular que una democracia constitucional. Mientras en la primera no hay límites más que la voluntad popular que, en general, da como resultado que el líder asume su total representación, en la constitucional los limites existen dentro de la misma Constitución. Y son y deben ser respetados.

En Argentina la democracia real es la del primer tipo, es decir popular, muy parecida a lo que Friedrich A. von Hayek llamaba democracia ilimitada, y otros autores denominan democracia de facciones. En esta clase de democracias los límites son impuestos por el jefe gobernante de la facción a la que le toque el poder popular. De donde resulta que los enfrentamientos son mutuos y frecuentes entre la o las facciones oficialistas y las opositoras, las que cuando el voto las pone del lado del oficialismo continúan las pugnas desde la posición de poder que les otorga el mandato ilimitado que entienden detentar.

Es decir, es posible que en un mismo país, como Argentina, convivan dos tipos distintos de democracias, una formal (constitucional) y otra real (popular). Lo que debe quedar claro es que la aplicación de ambos tipos de democracia es incompatible. La real puede asumir algunas normas de la constitucional, por ejemplo, el poder puede respetar el régimen electoral (como sucede en Argentina) al mismo tiempo que desconocer las otras.

A su vez, la democracia constitucional puede no ser republicana como también ocurre con la Constitución de la Nación Argentina que tiene una división de poderes formal pero que -en la realidad- el mismo texto constitucional desdibuja con la incorporación en su articulado de los llamados decretos de necesidad y urgencia (DNU) figura claramente antirrepublicana que no implica más que desvanecer la división de poderes otorgándole al poder ejecutivo la facultad de legislar o co-legislar con el poder legislativo, todo lo cual conlleva a una contradicción al régimen de división tripartita de poderes.

Y cosa muy diferente es, a mi juicio, una democracia liberal que, decididamente, no existe y quizás nunca existió en Argentina. Creo que lo máximo que se puede decir de la Constitución de la Nación Argentina sancionada a mediados del siglo XIX es la de una constitución de inspiración liberal y no estrictamente (como a menudo se la cita) una constitución liberal a secas. Claro que en esta opinión va en juego lo que se entienda por el término ‘‘‘‘liberal’‘ que puede significar cosas diferentes según cada cual.

Aun sin ser liberal o no siéndolo del todo, es preferible una democracia constitucional (sea o no liberal) que otra popular, ilimitada o de facciones.

En el caso argentino, como ya expresara en otras oportunidades, la esperanza (o al menos la mía) de un gobierno genuinamente liberal era que dejara de lado la tradicional democracia popular argentina, e hiciera la gran revolución de asumir y ejercer una verdadera democracia constitucional, para pasar de allí a una democracia liberal.

Promediando su periodo al frente del poder ejecutivo el actual gobierno no sólo no ha dado ni un sólo paso en esa dirección sino que, aferrado al tradicional paradigma de la democracia popular argentina, lejos de desmantelar, la refuerza y alienta con continuados enfrentamientos a enemigos reales o imaginarios tal y como resulta típico de esta clase de democracias ilimitadas o de facciones, donde el poder se acumula y concentra en la persona que se asigna la titularidad del ejecutivo central.

Estos regímenes populistas se emparentan con el fascismo y su variante nacionalsocialista, tal como los conoció Europa entre las dos guerras mundiales y como lo institucionalizó el peronismo desde la década del 40 en adelante en Argentina, y asi hasta el día de la fecha.

Para obtener una democracia liberal, en realidad, sólo se necesitan dos cosas: inteligencia real (humana, la única posible) y un genuino espíritu liberal. Ambos requisitos están ausentes por completo en nuestros políticos y quizás también en el resto de la población, al menos la votante.

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