Por Gabriel Boragina ©
Las recientes purgas habidas en el seno del partido gobernante que se hace llamar a si mismo ''libertario'' (siendo todo lo contrario) dan cuenta del autoritarismo con que se maneja. Se expulsan con excusas ridículas (o difícilmente creíbles) a miembros que se han caracterizado por su lealtad (en rigor, las palabras correctas son obsecuencia y obediencia absoluta) al líder quien, para sí mismo, reclama se le tribute, por parte de sus súbditos, culto divino terrenal cual César del Imperio Romano. Quien se niegue, es expulsado. El tiempo dirá si aplicará penas más severas a quienes discrepen o siquiera lo miren mal.
Estas son notas típicas del populismo (en el caso argentino ahora de derecha) incompatibles con el liberalismo/libertarianismo invocado falsamente como credo de quienes obran en sentido opuesto a lo que desde la tribuna profesan, respaldado por el máximo poder que detenta.
La Argentina continua, de esta suerte (o, habría que decir mejor, mala suerte) su tránsito a sistemas autoritarios y totalitarios de la mano del discurso engañoso de quienes dicen posicionarse en las antípodas de esos despotismos mientras, en los hechos, van hacia ellos.
Como expliqué muchas veces, a todo populismo de derecha sigue otro de izquierda para, luego -en reversa- volver a girar a la derecha nuevamente y repetirse, de tal modo, el ciclo que se verifica en los países del continente.
Pero volviendo al caso del legislador Ramiro Marra, expulsado por el jefe del partido gobernante (falsamente ''liberal'') con la excusa de haber votado en favor de un impuesto, hay que decir que no se deja de ser liberal por este hecho, que fue el tomado por ese jefe como justificado de la sanción aplicada.
Es que, como cualquier liberal sabe (o debería saber) el liberalismo no es una doctrina monolítica e inmutable, sino que admite muchos matices. Entre ellos, el tema ''impuestos'' es uno. Hay liberales que entienden que los impuestos deben estar para permitir la existencia misma del gobierno, pero que aquellos deben ser mínimos, y que solamente deben cumplir funciones fiscales, entendiéndose por tales las destinadas a cumplir con limitados fines del gobierno, no debiéndose exceder de los mismos. Por lo tanto, siempre ha sido dentro del liberalismo un tema abierto, discutible, opinable, donde todas las posiciones, tradicionalmente, los verdaderos y auténticos liberales han expuesto libremente (valga la redundancia) sus diversos puntos de vista en armonioso debate.
No hay en el liberalismo una doctrina oficial, ni una voz única (como aspira a serlo el jefe del partido gobernante) que le imponga a los demás qué es y qué no es liberalismo, quién es y quién no liberal, siendo su exclusiva palabra (como entiende el aspirante a déspota) la última en dichas materias, fijando autocráticamente la doctrina oficial del liberalismo, lo que es lo más contrario a lo que la misma palabra liberalismo significa. El liberal es, precisamente, libre de doctrinas oficiales y de imposiciones venidas de quien megalómanamente pretende en erigirse como el jefe máximo del liberalismo, contradiciendo dicha filosofía.
No existe nada parecido a un catecismo liberal, tal como el dueño del partido gobernante desea establecer, autoconstituyéndose, a su vez, en el sumo sacerdote del mismo y con derecho a excomulgar a quienes no sigan ‘’a pie juntillas’’ su catecismo. ‘’Derecho’’ que le darían misteriosas y esotéricas ‘’fuerzas del cielo’’ que más bien aparentan serlo del infierno.
No hay tal cosa como un liberalómetro que indique objetivamente quien es digno y quien no de pertenecer a las filas liberales. Pero lo ocurrido con el legislador Marra indica a las claras que tenemos un autócrata, que desde el pináculo del poder presume de ser el privilegiado poseedor de ese liberalómetro.
Bien decía el sabio Lord Acton que el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Y como puede observarse, si ese jefe fue alguna vez liberal (lo que dudo, y cada día más) está claro que el poder le hizo perder todo el liberalismo que pudo haber tenido en algún momento.
La situación es tan grotesca que se ha perdido de vista que, si la posición oficial pasa a ser que todo impuesto es un robo como sostiene la doctrina oficial actual del populista de derecha que ostenta el poder, el que continúe en su cargo también lo es, y -asimismo- el de todos sus ministros, poder legislativo y judicial incluidos, porque todos esos empleos son posibles gracias a que se mantienen con impuestos. Y siguiendo esa línea de pensamiento (el impuesto como robo) todos ellos deberían trabajar ad honorem o renunciar pero, en los hechos, no hacen ni una cosa ni la otra. En consecuencia, con la mera permanencia en sus funciones contradicen su propia doctrina del ''robo fiscal''.
Es que si fuera cierto que todo impuesto es un robo, y quien lo dice percibe su sueldo justamente porque el impuesto existe y es su fuente, habría que concluir que él también sólo es un ladrón más.
Ese hecho no hace más que poner al descubierto la condición antiliberal del jefe del partido gobernante, cosa que no lo daña a él personalmente, porque disfruta de su situación de jefe de los burócratas mientras él insiste en estar en contra de la burocracia y sus burócratas. Y todo, mientras goza sin empacho alguno de elevadísimos emolumentos financiados enteramente por impuestos de los castigados ciudadanos ''de a pie'', en un contexto económico que, lejos de ser de bonanza como miente, es altamente recesivo.