Accion Humana

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Revista Digital

Una bocanada de aire fresco

 


Por Gabriel Boragina ©

En medio de los embates autoritarios del nuevo gobierno argentino paradójicamente autoproclamado ´´liberal’’, esta semana tuvimos lo que se puede decir una verdadera ‘’bocanada de aires fresco’’ para los que creemos en la república y el liberalismo en el que se sostiene.

Nos referimos al favorable rechazo proferido por la cámara de senadores al decreto ley emitido por el poder ejecutivo más conocido como el DNU 70/23 (por sus siglas decreto de necesidad y urgencia).

Ya tuvimos ocasión de decir que el referido decreto solo lo era como su primera locución (es decir, como decreto) pero que no reunía los dos restantes requisitos, puesto que no era (ni es) ni de necesidad, ni de urgencia. Constituye solamente un muestrario del más acerbo autoritarismo antiliberal.

Esto cobra más relevancia cuando se analiza el texto del referido decreto, ya que no solo se da el tupé de derogar leyes en contra de lo prescrito por la Constitución de la Nación Argentina, sino (y quizás lo más grave) en varios de sus artículos el mismo decreto auto atribuye poderes absolutos al propio ejecutivo desconociendo la división de poderes y las competencias propias de los dos restantes: el poder legislativo y el judicial.

En otros términos, el decreto en cuestión resume en sí mismo la suma del poder público que precisamente prohíbe el art. 29 de la Constitución nacional y que la referida norma pretendía desconocer.

Por desgracia, en virtud de la normativa que regula este tipo de decretos el mismo seguirá vigente hasta que no sea expresamente rechazado por la cámara restante, es decir la de diputados.

Pero decimos que, de todos modos, pese a la lamentable realidad que significa la vigencia legal del nefasto decreto, es de valorar la conducta de la cámara de senadores en defensa de la legalidad y de la república frente al atropello perpetrado por el ejecutivo. Resta esperar que la cámara restante siga el ejemplo de sus pares y termine de derogar, de una vez por todas, el deseable intento de asumir actitudes dictatoriales.

Igualmente es sano y da pauta de algún atisbo de republicanismo que una parte del congreso haya dado ejemplo de ejercicio constitucional y, de paso, vuelve a exponer algo que venimos diciendo desde que este gobierno asumió: que podemos advertir que no existe un consenso social liberal que de sustento a este hecho fortuito marcado por una coyuntura muy especial que derivó en que esta gente fuera la elegida.

Frente al desastre vivido, se optó, en el acto electoral, por lo que, equivocadamente, se creyó seria el mal menor. Pero los primeros pasos fueron defraudatorios, los modos altisonantes y desafiantes no cambian y la economía (la base sobre la cual el ahora partido gobernante basó toda su estrategia electoral) no solo no mejora sino que da señales de empeoramiento.

Evidentemente este gobierno pensó y parece que todavía piensa en gobernar solo, ignorando a los restantes actores sociales, que parece advertir únicamente cuando se le oponen, lo que genera en el gobernante una actitud más dura e intransigente en vez de lo opuesto.

El liberalismo es esencialmente diálogo con el otro y desde el otro. Pero desde el momento que el diálogo no es lo que caracteriza a este gobierno, también lo aleja, entonces, en el mismo grado, del liberalismo.

Y esto sin perjuicio de la contradicción, que siempre señalamos, implícita en la locución ‘’gobierno liberal’’ como enseñara el ilustre maestro Ludwig von Mises.

Como liberal me hubiera gustado (y abrigué esa esperanza en vano) que, al poco tempo de dictar su decreto, el gobierno hubiera reflexionado profundamente sobre el error y lo hubiera retirado de la Comisión Bilateral Permanente donde, por mandato constitucional, debe ser sometido antes de su tratamiento por el congreso. Sin embargo, quedé muy defraudado cuando, en lugar de retirarlo de inmediato, no sólo lo mantuvo sino que defendió sus términos los que, como dijimos, son claramente antiliberales.

Es que, como indicamos muchas veces, no se puede imponer el liberalismo por decreto. Esto es algo muy básico, y que, fuera de explicaciones elaboradas, surge por simple lógica terminológica del significado del vocablo liberal, que es un antónimo de la palabra decreto. El decreto es una imposición, y liberal es anti imposición. Y siempre es así, sino estamos mezclando los términos y generando innumerables confusiones.

Un liberal no tiene nada que imponer a los demás y viceversa. Excepto cuando su libertad se ve amenazada por una imposición externa, frente a la cual nace el derecho de resistir. Por eso mismo un ‘’decreto liberal’’ directamente no puede existir. Se trata de un imposible. Pero esto es precisamente lo que este gobierno pretende. He allí la contradicción palmaria.

Pero, a falta de cualidades deliberadas que señalen un camino liberal, sigue siendo síntoma de buena salud ciudadana que los restantes actores sociales le hagan ver al gobierno que no tiene el monopolio de la libertad como parece creer, al punto de pretender imponérsela por la fuerza y por igual, a todos los que no piensan como él.

Como expresamos hace poco, en realidad, lo que nos preocupa verdaderamente es el daño potencial o efectivo que la imagen social del liberalismo sufre con todas estas contradicciones que personajes notoriamente improvisados y sólo catapultados al poder por una imagen televisiva y mediática que los mostraba repetitivamente y hasta el cansancio, llegaron al podio para luego ya tomar posesión del poder, el que solamente creen reservado para ellos y su exclusivo núcleo.

Pero hay otra cuestión que me parece más de fondo. Y es: si eventualmente el gobierno corrigiera el rumbo y comenzara de verdad a poner en práctica los principios del liberalismo, ¿Cómo recuperar la confianza cuando ‘’de movida’’ nomás persiguió sin disimulo obtener la suma del poder público y no dudó de entrada emplear todos los medios para conseguir su objetivo? Porque en este tema, como en tantos otros, sigue siendo cierto que la confianza tarda mucho en ganarse pero bastan apenas segundos para perderla. ¿Cómo volver a creer o empezar a creer? Porque, si la experiencia no nos sirve de nada significa que no hemos aprendido nada.

 

Los hombres y las ideas

 


Por Gabriel Boragina ©

Muchas ideas caen en desprestigio cuando su práctica demuestra que no cumplen con los propósitos en que se basan. Es lo que ha ocurrido repetidamente con el marxismo. Diferentes personajes han intentado poner en ejercicio real sus postulados, tanto hombres bienintencionados como sus contrarios y, sin embargo, pese a las mejores intenciones, los resultados siempre han sido -más tarde o más temprano- negativos.

En otros casos, como el argentino del momento, se pregonan las ideas de una doctrina a la que se señala "adherir" y estar ejecutando, pero, sin embargo cuando se analizan los pasos dados, y los que se anuncian que se van a dar, puede advertirse que los mismos son opuestos o incompatibles (parcial o totalmente) con la teoría que se expresa defender y "estarse aplicando".

 Esto produce un doble descrédito. Por un lado, se desacredita la persona concreta que dice una cosa pero ejecuta su opuesto u otra distinta y, por el otro, se denigra ese sistema que el mismo sujeto indica que está llevando a cabo "fielmente".

Ahora bien, como explicamos tantas veces, el liberalismo es el único ideario que beneficia sin excepción a todo el mundo. Cualquier otro sistema diferente a él siempre producirá ganadores y perdedores, si bien en distintas proporciones.

Naturalmente, los que pertenezcan al bando de los beneficiados estarán muy contentos y felices con las políticas que los eleven económicamente y, por consiguiente, apoyarán al líder que explica que, gracias a esas políticas y la escuela que subyace en ellas, esos beneficiados lo son.

Por el contrario, los que se vieron perjudicados tenderán a condenar, tanto a ese líder como a sus políticas aplicadas y, por carácter transitivo, a la disciplina sobre la base de la cual se proclamó que se adoptaron las medidas en cuestión.

Esta consecuencia no permite diferenciar un intervencionismo de otro, ya sea que se intervenga en nombres de la izquierda o en el de la derecha. Por eso, L. v. Mises acertó en distinguir claramente el intervencionismo de cualquier signo con su único opuesto, el liberalismo o capitalismo como también dijo

Y lo que hay hoy en la Argentina es sólo eso, un intervencionismo de derecha, pero con notorios rasgos de fuerte populismo por la presencia de un "líder" único a quien hay que seguir y acordar con él, so pena de lo peor.

Dado que ese "líder" exterioriza "levantar las banderas del liberalismo", esto produce, sin duda, un enorme daño, no sólo a los que no discuten, ni controvierten (por ignorancia, temor o por deliberada complicidad) ese falso discurso, sino que perjudica de manera mucho más gravosa al ideario liberal en sí mismo, que queda, de ese modo, completamente estigmatizado delante de la sociedad.

Esta lamentable secuela radica en confundir al hombre con sus ideas y creer que se tratan de una sola y misma cosa. Lo que lleva a otro error mayúsculo: interpretar cualquier conducta de esa persona como ramificación de las ideas que predica pero no practica.

Un paralelo famoso, y muy conocido de lo dicho, es el caso de la secta de los fariseos en el tiempo de Jesucristo, cuyo comportamiento mereció su fuerte y frecuente condena. Tergiversaban no sólo la letra de la ley sino que, en sus propias acciones, no se conducían conforme a la misma, excepto en sus aspectos menores y puramente exteriores, aparentando estar "cumpliendo" con lo que, en el fondo, no creían.

Salvando las distancias de tiempo y materia, lo mismo es aplicable a cualquier teoría y, por supuesto, no escapa a esta regla el liberalismo del que tratamos.

Lo que nos preocupa no es el deslustre personal de los transitorios protagonistas (pasados, presentes o fututos) de tal farsa (sea consciente o inconsciente esta última). Lo realmente lamentable son las consecuencias sociales, tanto en su aspecto material como intelectual.

Ello, dado que una teoría a la cual se le atribuyen efectos que, a la postre, se demuestran como malsanos no permitirá en el futuro su reproducción por parte de gente que la conozca al detalle, la domine, comprenda y la aplique de la manera correcta con el intento y el efecto de verificar sus excelentes derivaciones.

Como tantas veces referimos, en Argentina es la segunda vez que está aconteciendo lo mismo. La primera sucedió durante el gobierno de Carlos Menem que, alegando estar aplicando lo que le gustó en llamar una "economía popular mercado" (que –además- contó con el apoyo de ciertos liberales de renombre) pero cuya implementación se combinó con el tradicional intervencionismo económico, produjo los efectos previstos por los economistas austriacos, como el tantas veces citado L. v. Mises.

Al no existir un conocimiento pleno y una convicción social profunda en lo que se trataba y estaba llevando a cabo, el que –dígase de paso- tampoco estaba en la persona del propio presidente y el resto del gobierno, los corolarios adversos fueron atribuidos tanto a su persona como al fracaso del liberalismo como tal. La resulta fue -como se sabe- el retorno de un intervencionismo de signo contrario, y se entendió estar necesitando girar a la izquierda después de que "la derecha había tenido su oportunidad”.

Un camino idéntico parece que se está reproduciendo en la actualidad con el gobierno de "La libertad avanza", con la diferencia que el anunciado a los cuatro vientos libertarianismo, declamado porfiada y ardorosamente en la campaña, aparenta haberse descartado.

El temor de un genuino liberal es que la experiencia actual sea más breve y más traumática que la anterior señalada, y que el liberalismo, por haberse identificado con solamente una persona que en rigor no lo representa salvo en la pura perorata, después de esta, resulte definitivamente descartado por completo y en forma absoluta, aunque siempre exista la humana tendencia a repetir los mismos errores cometidos en el pasado.

A ello contribuye el sistema constitucional y jurídico argentino basado y construido en sólidos fundamentos contrarios al liberalismo, especialmente luego de la desastrada reforma constitucional de 1994 que, tergiversó el sustrato liberal tradicional que tenía la originaria inspirada en las ideas de Juan Bautista Alberdi.

Los primeros pasos

 


Por Gabriel Boragina ©

 

Se ha dicho que es demasiado pronto para criticar los primeros pasos de un gobierno. Que ''hay que darle tiempo'', ''hay que apoyar'' porque si no ''vuelven los otros''.

Esto quizás podría tener algo de cierto cuando el gobierno que asume es uno de izquierda (socialista, socialdemócrata, populista, etc. ). Un liberal, en este caso, podría tener la esperanza que un gobierno de ese signo se moderara.

Pero, en realidad, desde una posición realista y madura, es previsible que un mando de estos signos busque el poder por el poder mismo, y dé los pasos necesarios para vigorizar y acrecentar el poder obtenido. No sería de sorprender. La crítica del liberal se debería oír antes, durante y después de la instalación y ejecución de un sistema de tal índole.

Sin embargo, es cuando le toca gobernar a un partido del signo contrario a aquellos que un liberal debe estar más alerta y vigilante cuando, como en el caso argentino, ese partido supuestamente ‘’liberal’’ comienza su gestión con medidas y actitudes completamente contrarias al ideario liberal que, no obstante, en el discurso se esfuerza vanamente por sostener.

Esa atención debe reforzarse cuando quienes acceden a ese status demuestran -además- inexperiencia, falta de tacto, y poca empatía con la crítica, sin distinguir la constructiva de la puramente destructiva (aunque toda crítica brinda elementos que, según sea la perspectiva del criticado, dan la oportunidad de obtener alguna enseñanza, aunque sea mínima).

Muchas veces dije que, como liberal esperaba que un gobierno que se auto rotulara de esa manera comenzará su gestión poniendo en práctica los postulados de ese ideario. A la fecha de la redacción de estas líneas sigue siendo el caso, pero no advierto esa dirección sino la contraria. Y no comparto el consejo, tantas veces recibido, que deba callarme la boca y no denunciar los actos que contradictoriamente toma un poder ejecutivo ''liberal'' en contra del liberalismo.

No se trata -repítase hasta el hartazgo- de estar a favor o en contra de tal o cual persona. Aquí no hay cuestiones personales de por medio. No hay simpatías, ni antipatías. Sólo me preocupan las ideas, sea quien fuere el que las lleve a la práctica. Tampoco es cuestión de nombres y apellidos, los que no los hago porque todos conocemos a los personajes de la historia que estamos viviendo.

Se trata, en cambio, como dije, de ser realista y denunciar la improvisación, la inmadurez, la inexperiencia, el exabrupto, la prepotencia, el insulto, insistiendo que ese no es el camino, porque es lo que hemos vivido siempre desde que tenemos uso de razón. El liberalismo tiene y debe ser algo completamente diferente a todo eso. Y lo es, pero no en lo que estamos viviendo.  

La experiencia debe ser útil, y el liberalismo es coherente y, por lo tanto, quien lo enarbole debe demostrar serlo. Pero lejos esta de la congruencia declamar la libertad por un lado y por el otro pedir poderes omnímodos y absolutos a los demás. Peor aún, ejercerlos sin que nadie se los hubiera conferido.

Estas actitudes, aunque alguien puede considerarlas forzosas, son antiliberales, ayer, hoy y siempre, aquí y en todo lugar. La misma existencia de un gobierno ''liberal'' es una contradicción en términos, como bien ha enseñado Ludwig von Mises. Y, como cuando formuló esta aserción, vuelve a tener razón en el día de hoy.

Por eso, se hace ineludible hacer una nueva exhortación al gobierno nacional a que limite al máximo su poder, incluso que se abstenga de ejercerlo, aun en la órbita en que la Constitución de la Nación Argentina se lo permite, dando signos visibles de una auténtica vocación liberal. Lo que a la fecha no es el caso.

Vuelve a ser cierta la máxima que, la mejor enseñanza es la que se hace a través del ejemplo.

Sin embargo, cuando los primeros pasos confirman lo que vimos en la campaña electoral, no tanto en la arenga sino en las actitudes, un liberal debe dar la voz de alarma.

Y la disertación política marca un contraste profundo con las alianzas tejidas, los cuadros formados, los elencos definidos, la distribución de los cargos, los personajes elegidos, las políticas concretas, etc. Un sinnúmero de aspectos que marcan en la práctica más cruda todo lo antiliberal de la ejecución política.

Todo ello no es más que la natural contradicción que surge entre el liberalismo y el poder, y que se potencia cuando se los quiere combinar o armonizar. Es una tarea, a la larga, condenada al fracaso. Y debe ser de liberal el denunciarla.

Y como la experiencia debe ser útil para que sirva de algo, el liberal no puede sino sentir una recóndita desconfianza con tales comportamientos contradictorios. Y esa suspicacia se proyecta hacia el futuro.

Con el liberalismo está hondamente consustanciada la seguridad jurídica y económica, y son precisamente estos dos aspectos los que amenaza la política actual del poder ejecutivo. Y sume en una difidencia aún más insondable que, desde la perorata, se siga predicando lo contrario cuando los hechos lo desmienten día a día.

Y no es cierto que sea demasiado pronto para dar la voz de alarma, siendo este el momento preciso para ello, antes de que sea demasiado tarde.

Es que lo está en juego no son las personas sino la filosofía liberal misma. Esta filosofía debe preservarse con independencia de las personas que gusten sentirse sus representantes y se autoproclamen como tales. Máxime cuando no comprenden que el liberalismo no tiene (ni puede tener) representación oficial, ni se estructura jerárquicamente como un poder del estado donde unos mandan y otros obedecen en función de una autoridad autodefinida.

Finalmente, hay que salir de la recurrente bipolaridad política por la cual ''si no son estos vienen los otros''. Hay que ser creativos y liberar la imaginación para generar alternativas políticas verdaderamente liberales y cesar de estar girando en torno de círculos viciosos, para volver a caer -una y otra vez- en la mediocridad, tanto intelectual como política. Una sociedad crece cuando escapa a estos dilemas autoconstruidos y auto frustrantes. La nuestra, por desgracia, está lejos de ello.

Una bocanada de aire fresco

  Por Gabriel Boragina © En medio de los embates autoritarios del nuevo gobierno argentino paradójicamente autoproclamado ´´liberal’’, e...

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