Accion Humana

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Revista Digital

Política y fútbol

 

 

Por Gabriel Boragina ©

 

En la sociedad argentina se dice que no apoyar al gobierno de LLA[1] implica hacerlo por los K[2], y viceversa. 

Es una acusación típicamente argentina, porque en dicho país esta implícitamente aceptado -en materia futbolística- que no ser partidario del club de fútbol Boca Juniors es serlo del club rival, River Plate, y viceversa.

En verdad, es que esta forma de pensar, si bien popular y generalizada, es rotundamente falsa. Así como en el fútbol hay otros clubs de los cuales se puede ser simpatizante (o de ninguno de ellos) la creencia que se debe apoyar a uno de los dos más grandes es un cuasi dogma, y en política la mentalidad argentina promedio es exactamente la misma, aplicándose idéntica ''lógica'' .

No es un fenómeno nuevo. En tiempos de la colonia, estaban los realistas y antirrealistas, luego vinieron los unitarios contra los federales; se agudizó en los años 40 al polarizar Perón a su partidarios en peronistas contra antiperonistas. Y asi hasta hoy.

La realidad, al margen de los errores populares, es que se puede no adherir a ningún partido político, de la misma manera que se puede no ser seguidor de ningún club o equipo de futbol.

La falsedad de la supuesta polarización, y la identidad entre fútbol y política se advierte también en el hecho de que como los jugadores se venden de un club a otro, los políticos hacen lo mismo, pasándose de un partido a otro. Una posible diferencia consistiría en que es más fácil en política crear nuevos partidos que en el fútbol crear nuevos clubes.

Los pases, tanto de jugadores de un club a otro como de políticos de un partido al siguiente, suelen involucrar sumas varias veces millonarias. La dirigencia política no se distingue tampoco de los directores técnicos de los equipos de fútbol. Los exitosos son contratados por otros clubes, de la misma manera que las transferencias y los traspasos entre las cúpulas políticas se intercambian, a veces solapadamente, más actualmente en forma mas explícita. Y la ética y lealtades son la excepción que confirma la regla.

No son raros los casos donde dirigentes políticos o sindicales fueron (o son) -sucesiva o alternadamente- dirigentes de clubes de fútbol y viceversa. La conjeturada competencia política y futbolística es pura quimera. Mas ficticia que real. Los paralelismos, como vemos, son sorprendentes.

Pero tienen más en común en otro estrato: el de los hinchas de fútbol y adictos políticos, sean afiliados o no. Cuando uno compara las discusiones deportivas con las políticas, descubre la similitud de ''análisis'' y ''analistas'': no sólo cualquiera se siente autorizado y con autoridad para opinar sino que el nivel de las disputas es pasmosamente idéntico por su bajo y deprimente paralelismo, como por la pobreza de ''argumentos'' (en contexto debería decir de pseudoargumentos).

Todos se sienten ''directores técnicos'' de todos los cuadros de fútbol, como todos se auto perciben dirigentes de los partidos políticos que ocupan el poder.

La disimilitud radica que, en materia deportiva la ciudadanía no pone en manos de ningún club los destinos ni el manejo diario del país. La discrepancia de opiniones en ese campo no tiene consecuencia alguna, ni para el que opina ni para los demás, más allá de algún disgusto temporal entre los más fanáticos. Pero no sucede lo mismo en lo que a política se refiere, y más cuando se acercan fechas electorales.

Esta equiparación entre fútbol y política que se hace en Argentina explica -a mi manera de ver- el escasísimo ras de los gobiernos habidos desde la segunda mitad del siglo XX hasta el presente salvo muy puntuales excepciones. Y por extensión, manifiesta, además, el fracaso político y económico del país.

Aunque se los trata igual, la política lleva a no ser indiferente como, sin consecuencias para nadie, si se puede ser en el fútbol. Pero como en el fútbol, no apoyar a un equipo o partido político no significa hacerlo por cualquiera de los otros.

La situación es que los seres humanos no son absolutos en nada y tampoco se los puede juzgar absolutamente. Todos somos indiferentes a unas cosas y partidarios de (y en) otras. Siempre preferimos algo en desmedro de otras cosas o personas que estimamos menos o no apreciamos en absoluto.

La diferencia y la indiferencia van siempre juntas. Pero rechazar ''A'' no significa elegir ''B''. Si no me gusta el color negro, no supone automáticamente que me deba agradar el blanco, porque puede encantarme el celeste o el amarillo o tonalidades intermedias. Aquella mentalidad simplista, importa recortar el radio de posibilidades que un individuo se da a sí mismo y, por carácter transitivo, el de una sociedad o país también en el mismo sentido.

Tratar de polarizar las simpatías de la gente en cualquier ámbito humano es no sólo negar la realidad, sino nítida muestra de primitivismo, olvidando o desconociendo directamente la teoría de los fenómenos complejos excelentemente descripta por el premio Nobel de Economía, Friedrich A. von Hayek.

Tales actitudes fanáticas no solamente no llevan a ninguna parte, sino son demostrativas de la paupérrima altura intelectual y económica de las naciones subdesarrolladas.

Las mayorías suelen ser víctimas de errores que reciben pasiva, acríticamente y se aceptan semi exclusiva y puramente por tradición y en forma casi irreflexiva. Por lo que es prudente mantenerse distante de sus creencias y concepciones. Esa ha sido la actitud que, en lo personal, he adoptado desde hace un buen tiempo a esta parte.

Viendo todos los K y PRO que hay en LLA, más la identidad de políticas económicas que consisten en una miscelánea de las de todos ellos, mi conclusión es que, tanto en política como en el futbol, el juego siempre suma cero.


[1] Siglas de ‘’La libertad avanza’’ irónico nombre del partido gobernante.

[2] En referencia al movimiento político creado por el matrimonio Kirchner, de raíz peronista.

La crítica como motor del cambio

 

Por Gabriel Boragina ©

 

Recibo muchas críticas por criticar al gobierno. Tema al que ya me referido otras veces. Vuelvo ahora sobre el mismo porque esas críticas y los críticos arrecian. 

El argumento -según el cual- ''el liberal no debe criticar a otro liberal'' entiendo que no se compatibiliza con el ideal liberal, en cuanto a ideal en sí mismo.

Me viene a la mente un excelente libro que lleva por título lo que pretendo representar. Me refiero al de Alberto Benegas Lynch (h). El juicio crítico como progreso. Editorial Sudamericana. Pero hay otro libro que quizás describa y explique con más profundidad lo que quiero significar y tal vez sea el del filósofo vienes Karl R. Popper que lleva por título Conjeturas y refutaciones El desarrollo del conocimiento científico. Edición revisada y ampliada. Ediciones Paidós. Barcelona. Buenos Aires. México.

Dado que tanto la economía como la política constituyen ciencias, pienso apropiados los títulos de ambos libros para describir cual debería ser, a mi juicio, la actitud de un liberal en estos dos campos, sin excluir por supuesto el resto de las ciencias (que son precisamente el objeto de los libros citados justamente con el de otros no citados).

Por mi parte, ya he dicho que me parece contradictoria la conducta de los críticos que critican a los demás críticos solamente porque no comparten sus críticas. Es diferente criticar ideas que criticar la crítica misma. Lo primero es correcto, lo segundo decididamente no.

Es que la cualidad crítica es el ejercicio mismo de la libertad, y casi que la libertad sólo puede ejercerse a través de la crítica. Si nadie pudiera criticar a nadie, es allí claramente donde hay totalitarismo. Y dándose cuenta o sin saberlo, ese es el camino que han elegido los críticos de los críticos: el del totalitarismo que, paradójicamente, sin tampoco darse cuenta, critican.

El pensamiento único que quieren imponer esos críticos (que en realidad pretenden erigirse como censores oficiales) es la antítesis del liberalismo, al menos como yo concibo al liberalismo.

El ''liberal'' que quiere (a la fuerza o mediante subterfugios) obligar a aceptar a otros liberales su propia versión de lo que es el liberalismo, entra dentro de lo que denomino una manera autoritaria e intolerante.

Donde se acaba la crítica, donde se la prohíbe, se la inhibe, o veladamente se la amenaza, o se la rebaja, no solamente es prueba de la inconsistencia del crítico oficial, que desde una posición de poder busca obligar a obedecer ese pensamiento único: la doctrina oficial. Sino que es la más palpable prueba de que el régimen no es liberal. Menos aun cuando la censura pretende imponerse mediante la burla, el sarcasmo, la mofa cruel, o el insulto, medios todos a los que es tan afecto el actual gobernante argentino.

Signo visible que en Argentina el gobierno no es ''liberal'', ni mucho menos libertario es esa forma asumida por algunos que, alguna vez fueron o dicen seguir siendo ‘’liberales’’: la de sutil o desembozadamente, hipócrita o desfachatadamente, fuerzan al disidente a desalentar la crítica al régimen imperante, que cada día, lejos de otorgar mayores libertades, paulatinamente constriñe a la sociedad cada vez con mayúsculas restricciones, de las cuales las más preocupantes sean, quizás, las limitaciones a las palabras como vehículo para restringir la opinión de sus opositores.

La oposición, mientras busque la verdad, siempre es sana y constructiva. Porque así como dijo el Señor Jesucristo ''Conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres''[1] la verdad sólo puede conocerse por descubrimiento o revelación. 

Excepto que el gobierno admita (como de continuo proclama abiertamente) que está en posesión de ''la verdad'' por revelación divina, los humanos sólo podemos conocer la verdad por descubrimiento, y el descubrimiento sólo es posible cuando poseemos una conducta crítica. De la misma manera que, si no hubiéramos asumido una postura crítica a vivir de la caza y de la pesca como nuestros antepasados, nunca hubiéramos descubierto nuestra forma de vida actual. Seguiríamos viviendo en las cavernas si no hubiera habido un disconforme que construyera una choza y dejado la caverna (podemos imaginar las burlas y sarcasmos recibidos por el primero en sugerir al resto de la tribu que era mejor vivir en una choza que en la caverna).

El debate abierto y la crítica a las ideas constantemente son bienvenidos en un ambiente liberal, porque es el sano y respetuoso intercambio de ideas dispares lo que conduce hacia el progreso, como bien indica el título del primero de los libros citados. Y nunca debe perderse de vista que todo pensamiento continuamente es conjetural (tal como expresa el segundo libro referido) y que las sucesivas refutaciones van conduciendo, rápida o paulatinamente, a través de la contrastación de hipótesis diversas, hacia la verdad, en sucesión de intercambios que no tienen fin. Negarlo es antiliberal.

Por eso, los críticos de los críticos que se dicen liberales deberían reflexionar profundamente sobre los aspectos y actitudes que asumen frente a los demás y especialmente cuando se tratan de otros liberales.


[1] Evangelio según San Juan, 8:32

La prensa es el enemigo

 


Por Gabriel Boragina ©

 

Los continuos embates del gobierno argentino contra los medios periodísticos que no le son adictos o no le rinden pleitesías, claramente no se tratan de virtudes ''liberales'' ni ''libertarias''. 

La libertad de prensa, garantizada por la Constitución de la Nación Argentina, es una de las formidables conquistas del liberalismo, es decir, otra demostración más de que el actual gobierno argentino tiene de ''liberal'' o ''libertario'' solamente esos rótulos con los que se designa a sí mismo y no más que eso, una simple etiqueta. Ilustrativamente puede verse aquí :

https://x.com/AlvarodLamadrid/status/1918396381011603756

Lo anterior, sin perjuicio de recordar que fueron precisamente esos mismos medios periodísticos los que, mediante una formidable e intensiva campaña de promoción previa a la elecciones, foguearon hasta el hartazgo la imagen del jefe del actual partido gobernante, a quien garantizaban el acceso cuasi irrestricto a programas televisivos casi diariamente y en distintos horarios del día,

El argentino medio (ávido consumidor compulsivo de TV) asimiló casi a la perfección esa imagen repetitiva e incansable e, ingenuamente, fue lo que votó en las urnas con la ilusa esperanza de un cambio. ''Cambio'' que no se ve por ninguna parte.

Si los indicadores económicos demostraran alguna mejora, quizás tendrían argumentos los econometristas que son tan afectos a los números a los que apelan continuamente como ''razones de peso'' para apoyar el actual régimen.

Pero resulta ser que los índices son negativos, y máxime en rubros claves como es la construcción, al decir de muchos un verdadero motor de la economía:

 

Como se puede apreciar en los gráficos que acompañan el artículo, todos los costos de la actividad fueron superiores a la magra inflación que viene anunciando el gobierno, clara prueba de la falsedad de los alguarismos oficiales.

Pero, como venimos advirtiendo desde los mismos inicios de la gestión, las variables económicas en general se han mantenido estables en el mejor de los casos (que son los menos) y han aumentado negativamente en el resto (que son los más).

Me viene a la memoria la crítica de un amigo (muy preparado) cuando expongo que en una economía liberal todos los parámetros de crecimiento -en promedio y en tendencia- son positivos, porque si no lo fueran ¿qué distinguiría una economía de mercado con otra dirigista o intervencionista?-

Hasta en los más crudos regímenes comunistas, fascistas y nazis, algunos estaban mejor que otros económicamente hablando. Si una economía liberal o de mercado no resultara en una mejora sostenida en el tiempo de todos no sólo en lo económico, por supuesto, sino en los demás aspectos que hacen a una mayor dosis de libertad (que está estrechamente ligada con lo económico) surge nuevamente la pregunta anterior.

Pero este gobierno no vino a combatir a ''la casta'' sino a integrarla a sus propios cuadros, como lo demuestra la heterogénea composición del gabinete, secretarías, subsecretarías y demás dependencias públicas que reportan en forma directa o indirecta al poder ejecutivo, donde pululan equipos conducidos por reconocidas y desgastadas figuras que pasaron por los tres gobiernos precedentes al actual.

Entre tanto, el nivel de vida de los argentinos (en el mejor de los casos) se mantiene estancado -o en el peor (y más general)- desciende.

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