Accion Humana

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Revista Digital

La necesidad de una opción liberal para Argentina.

 Por Gabriel Boragina ©

Reflexionábamos en la nota anterior sobre la divergencia entre el discurso liberal del gobierno argentino y las políticas no liberales e incluso antiliberales que adopta, causando un daño muy profundo a la verdadera esencia del liberalismo, sobre todo entre la gente que, poco afecta a elucubraciones filosóficas y académicas tiene una idea muy superficial sobre el liberalismo y, peor aún, acerca del libertarismo o libertarianismo, como también se lo designa. 

Los conocedores del liberalismo, sobre todo en sus aspectos filosóficos y económicos son muy escasos en Argentina. Puede hallárselos preferentemente en la academia. Son mucho más raros en el mundo de la política. Casi inexistentes. Por lo que es preciso trabajar en este campo para que genuinamente se avance hacia un cambio liberal legítimo.

Si no es asi, la Argentina seguirá alternando entre gobiernos populistas de izquierda o de derecha como el actual de LLA y, desde luego, sin resolver los problemas de fondo que la aquejan desde hace décadas.

Sin embargo, sería un error creer que avanzar en esta dirección significará prescindir de la academia y los académicos. La tarea es conjunta. Ambos campos (el académico y el político) deben nutrirse y realimentarse juntos en una actividad continua que no encuentre resquicios. Mucho menos enfrentamientos entre ellos, como a veces ha sucedido en la filas del liberalismo argentino. Todo, dejando de lado los matices y concentrándose en el núcleo que es llegar de la academia a la política y de allí al hombre común de a pie, cosa que nunca ha ocurrido en la Argentina, ni siquiera en los tiempos de Alberdi, como él mismo ha hecho notar en sus escritos.

Es un objetivo difícil, que se pretendió otras veces y lamentablemente fracasó. Pero es necesario seguir intentándolo para quienes estamos convencidos que la solución es liberal y no las fórmulas populistas e intervencionistas que se han venido ensayando hasta hoy. Incluido el populismo de LLA hoy gobernante.

No hablamos solamente de la necesidad de un partido realmente liberal sino de algo mucho más profundo y más amplio. Una auténtica formación liberal que lleve al convencimiento de cada ciudadano de la bondad del sistema y de la urgente necesidad de su implementación a nivel nacional.

Sólo una positiva educación liberal en todos los niveles hará posible una transformación de dicha magnitud. Es necesario comenzar por la llamada educación básica, pasando por la primaria, secundaria y, desde luego, universitaria. Y de allí, al hombre común que, como L. v. Mises enseñó, asimila lo que los intelectuales elaboran y, a través de canales no académicos, llega a las masas por distintas vías de comunicación informales (diarios, radio, TV, internet, por orden de aparición).

Esto demuestra el relieve que adquieren los educadores en este proyecto, los que tienen una prioridad de primer nivel. Sólo ellos pueden generar un cambio fructífero y duradero a través de su tarea docente. Para lo cual deben estar impregnados y consubstanciados con los principios rectores del liberalismo más genuino en todas su vertientes. Enseñando a pensar como sostiene el profesor, amigo y tocayo, Dr. Gabriel Zanotti.

Solo una ciudadanía formada en sólidas nociones liberales puede dar como fruto políticos liberales en el más amplio sentido del término, como, por ejemplo, se habla de los constituyentes de 1853.

Pero es necesario que todo ciudadano este compenetrado y convencido de la bondad de sus postulados para que el cambio político sea posible. No ignoramos la dificultad que reviste desmontar toda la cultura populista creada y elaborada a partir de la década del 40 hasta la fecha y reemplazarla por otra liberal. Pero forzoso es reconocer que es la única vía factible para tener una verdadera opción liberal trasformadora y realmente progresista. 

¿Qué se puede hacer hoy por hoy al respecto?. Creo que, en el ínterin, se puede ir reclutando a sectores del PRO no absorbidos por LLA. Me refiero a los pocos dirigentes no travestidos ni obsecuentes del líder absoluto de LLA como lamentablemente ha sucedido y que han facilitado el acceso al poder de dicho partido populista. La posición ambivalente y conciliatoria de Mauricio Macri ha fortalecido al partido gobernante por desgracia. 

Pareciera que el cauto dirigente ex presidente de la república no ha sabido y sigue sin reconocer que el apoyo dado a un populismo disfrazado de movimiento que defiende la libertad que el también dice compartir ha sido nefasto para la república que él dice defender. Su liderazgo entre quienes lo han apoyado en su hora y lo llevaron a la presidencia debería ser canalizado ahora contra esa fuerza populista de derecha que representa LLA, sin caer en el otro populismo de izquierda representado por el peronismo en sus vertientes K y originarias.

También reunir a sectores independientes de otrora partidos que fueron importantes como la Coalición Cívica, Unión Cívica Radical, etc. adversos a los populismos personalistas como el actual régimen gobernante. Establecer alianzas sobre un núcleo de coincidencias básicas republicanas y liberales.

 Es decir, convocar a fuerzas (o lo que queden de ellas) que sin ser necesariamente 100 x 100 liberales no adversen por completo de sus postulados más básicos. 

 

 

*LLA Siglas de ''La libertad avanza'' 

La impostura del liberalismo argentino: entre la retórica y el intervencionismo

En la Argentina actual se invoca el liberalismo para justificar políticas que lo contradicen. Como advirtieron Ludwig von Mises y Friedrich A. von Hayek, el intervencionismo estatal no corrige los males del mercado: los agrava y destruye la libertad que dice proteger.

Por Gabriel Boragina ©

La Argentina atraviesa una crisis de liberalismo. No porque sus ideas hayan fracasado, sino porque nunca fueron realmente aplicadas. Se invoca la libertad mientras se sostiene un Estado desmesurado, un sistema impositivo confiscatorio y una maraña regulatoria que impide planificar el futuro. El resultado es una paradoja: el liberalismo es culpado por los efectos del estatismo.

“El mayor enemigo del liberalismo no es el socialismo, sino la tergiversación de sus principios.” — Ludwig von Mises

El liberalismo clásico —el de Mises, Hayek, Bastiat o Alberdi— se basa en una premisa moral y práctica: la libertad individual es el motor del progreso. El Estado debe limitarse a proteger derechos, no a dirigir la economía. Sin embargo, en la Argentina se ha naturalizado un dirigismo constante, disfrazado de modernización.

“Cuanto más planifica el Estado, más difícil se hace para el individuo planificar su propia vida.” — Friedrich A. von Hayek

Mises, en La acción humana, fue categórico: “No hay medio de evitar el colapso final de un sistema intervencionista; o se avanza hacia el socialismo o se retorna a la economía de mercado.”

La Argentina oscila entre ambos extremos sin definirse. Se privatizan monopolios sin competencia, se liberalizan precios sin seguridad jurídica, se reducen gastos sin eliminar privilegios. Se proclama el “orden” del mercado mientras se mantiene la arbitrariedad del poder.

La ilusión de que el Estado puede “controlar” la economía lleva a una permanente frustración social. Cada fracaso del intervencionismo se atribuye a supuestos defectos del mercado, cuando en realidad deriva de la negación del mismo.

El problema argentino es más profundo que el diseño económico: es cultural. El liberalismo requiere ciudadanos que confíen en sí mismos, que asuman responsabilidad y comprendan que la prosperidad no surge de la dádiva estatal, sino del esfuerzo personal.

“El liberalismo no es una doctrina para aprovecharse de la libertad; es una doctrina para preservarla.” — Ludwig von Mises

Pero preservar la libertad implica aceptar la competencia, la incertidumbre y el riesgo. En un país acostumbrado al amparo del Estado y al rescate permanente, esa idea resulta casi subversiva.

La restauración del liberalismo argentino no depende solo de políticas económicas, sino de una transformación moral y cultural. Se trata de devolver al individuo su poder de decisión, limitar la arbitrariedad política y reconstruir la previsibilidad institucional.
Hayek describió el orden liberal como “un sistema de reglas abstractas que permite a los hombres perseguir sus fines individuales dentro de un marco de normas generales.” Ese ideal contrasta con un país donde cada sector busca su excepción y donde el poder político decide discrecionalmente quién gana y quién pierde.

Argentina no sufre por un exceso de liberalismo, sino por su ausencia. El discurso liberal actual es apenas una máscara: detrás de él se esconden prácticas corporativas, regulaciones arbitrarias y privilegios que perpetúan la dependencia. La verdadera revolución liberal no será retórica, sino institucional: comenzará cuando el Estado deje de dirigir la vida de las personas y éstas recuperen la convicción de que nadie puede elegir mejor por ellas que ellas mismas.

El actual trabajo de los verdaderos liberales es convencer a los argentinos que LLA[1] no es un partido liberal sino solamente en el discurso. Y que esta es la razón por la cual no se esta avanzando hacia un verdadero orden liberal, sino hacia lo que podríamos denominar una macroeconomía del estancamiento signado por un descomunal atraso cambiario, con tipos de cambios fijos entre bandas reguladas burocráticamente al mejor estilo dirigista. Endeudamiento creciente no autorizado por el Congreso (como taxativamente lo ordena la Constitución Argentina) escandaloso nepotismo donde la hermana del titular del poder ejecutivo ejerce de facto la máxima autoridad, para peor, involucrada en hechos de corrupción notorios que persisten sin aclararse, inflación reprimida disfrazada de deflación, y un sin fin de anomalías más a la que oportunamente nos hemos referido desde este mismo sitio.

Ante la ausencia de un cambio de rumbo del gobierno o su permanente postergación con la excusa que debe procederse gradualmente, urge ilustrar a la ciudadanía que este nunca fue el camino propuesto por el liberalismo, sino su antítesis.


[1] Siglas del partido gobernante ‘’La liberta avanza’’.


Derrota del liberalismo

 Por Gabriel Boragina ©

             Los resultados electorales de la última votación legislativa corroboran nuestra tesis de la alta volatilidad del electorado argentino y su indefinición ideológica oscilante entre los populismos de izquierda y los de derecha.

Apenas hace un mes, en elecciones provinciales, el triunfo del peronismo resultó contundente. Escasamente un mes después, nuevas elecciones (esta vez a nivel nacional) ratifican el populismo contrario (de derecha) representado por el partido gobernante LLA[1].

Estos resultados contradictorios entre sí, revelan y confirman nuestra tesis que el electorado se vuelca alternativamente hacia la izquierda o hacia la derecha como una forma precaria de compensación de fuerzas, en la errónea creencia que de tal manera se contrabalancean y el resultado final será una suerte de mix o mezcla de ambos de signo positivo.

Tal supuesto es por completo equivocado.

Izquierda y derecha no se compensan mutuamente sino que se anulan entre sí. Lo que hace una es destruido por la otra cuando le toca su turno de gobernar. El resultado es estancamiento situación en la que se encuentra la Argentina desde hace décadas y de la que no sale.

Que la última elección haya preferido la continuidad del populismo de derecha no dice nada sobre su prolongación en el largo plazo y menos aun después de esta experiencia en la que dos elecciones con una diferencia nada más que de treinta días muestren resultados tan dispares y contradictorios como acaba de suceder.

Mas allá de los típicos discursos partidarios triunfalistas que dan por ‘’definitiva’’ toda elección, la experiencia histórica muestra que no hay ciclos irreversibles en la materia, sino que los países (no sólo la Argentina) mutan cíclicamente entre izquierdas y derechas por esa errada creencia: que esa es la manera de compensar las diferencias entre ellas y lograr un equilibrio.

Las naciones (como las personas) no necesitan equilibrio sino progreso, que no es lo mismo. El progreso implica desequilibro, caso contrario se está siempre en el mismo lugar de partida. Y el progreso, siempre hemos sostenido, viene de la mano del liberalismo y no de populismos de uno o de otro signo como existe en la Argentina y en otras partes del mundo también.

De modo tal que, sólo seremos optimistas cuando veamos (en algún futuro no cercano) alguna tendencia liberal en la política, la que en el caso argentino lejos estamos de ello a tenor de los resultados.

Alegrarse del triunfo de uno u otro populismo sobre el restante no es más que lo que se ha denominado como democracia de facciones donde una facción trata de aniquilar a la restante, y es lo que sucede cuando les toca gobernar alternativamente a partidos de una u otra tendencia. En la hora (y en Argentina) reina el populismo de derecha y la facción que gobierna es LLA[2] encabezada por un maniático con aires de déspota y controlado y manejado completamente por su inculta hermana y elevada al rango de alta funcionaria pública en un acto de desvergonzado nepotismo y -como si fuera poco- acusada de actos notorios de corrupción. Es, por lo menos, inmaduro contentarse de esta situación por el sólo hecho de creer que sería peor si gobernara la izquierda.

Nada se puede decir del futuro más que reconocer que en el pasado se han alternado en el poder derecha e izquierda recurrentemente. Y que en el presente sigue sucediendo como acaba de comprobarse. En el mundo pasa igual : en EEUU a Obama le siguió Trump, a Trump Biden, y a este le sucedió nuevamente Trump. En Brasil lo mismo, a Lula le siguió Bolsonaro y a este otra vez Lula. Y en Argentina lo mismo: a los militares le siguió Alfonsín, a este, Menem, a Menem le siguió la izquierda con los Kirchner, luego ‘’la derecha’’ con Macri, después otra vez la izquierda con el dúo Fernández, y ahora, nuevamente, la derecha con LLA.

Cuando hablamos de izquierda y derecha no es porque adherimos ni suscribimos esta clasificación y terminología, sino que usamos solamente las expresiones coloquiales populares que generalmente utiliza la gente común que no hace (ni se preocupa en hacer) disquisiciones profundas, ni estudios sesudos de ciencia política. El vulgo se maneja con esquemas mentales y un vocabulario político hipersimplificados, nunca efectúa profundas elucubraciones ideológicas, ni académicas más allá de las que, a veces, intenta ensayar algún raro periodista.

Lo que sí es realmente preocupante es que ninguna de las escasas tendencias liberales genuinas que se presentaron a competir en la última elección haya cosechado éxitos sino fracasos. Esto es lo verdaderamente angustiante para el pais. La elección pasada ha sido una derrota del liberalismo y un magro vaticinio de lo que puede esperarse en este sentido.

Todo demuestra, a su turno, que muy lejos esta la opinión pública de haber ‘’instalado el debate’’ de las principales cuestiones que aborda el liberalismo, de lo cual el gobierno sólo hace un discurso barato y vacío de contenido.


[1] Siglas de ‘’La libertad avanza’’

[2] Ver nota anterior.

La necesidad de una opción liberal para Argentina.

  Por Gabriel Boragina © Reflexionábamos en la nota anterior sobre la divergencia entre el discurso liberal del gobierno argentino y las...

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