Accion Humana

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Revista Digital

El estancamiento no es liberal

por Gabriel Boragina ©

 

Al contrario de lo que proclama el gobierno argentino de LLA[1], el país no crece, sino que su situación económica encaja perfectamente dentro de la descripción de estancamiento, que los diccionarios de economía definen de la siguiente manera:

 

estancamiento. Situación en que la economía de un país no crece, o lo hace en una medida muy limitada, inferior o igual al crecimiento de la población. El estancamiento es la situación opuesta al crecimiento económico y se produce cuando el ahorro y la inversión son muy reducidos, incapaces de generar nuevas actividades productivas y apenas suficientes para cubrir los costos de reposición. El estancamiento es una situación característica de sociedades atrasadas, con escaso desarrollo tecnológico y baja calificación de la mano de obra; también se produce cuando las cargas impositivas son muy altas y se genera una fuerte presión fiscal, o cuando por diversas circunstancias específicas -económicas o extraeconómicas- se reducen drásticamente las inversiones: políticas de expropiaciones, inestabilidad política aguda, etc., etc. [stagnation]. (V. CRECIMIENTO). [2]

Sabino pág. 77

 

Una forma de medir el estancamiento es observar cuidadosamente el comportamiento de los precios. Forma parte el ABC de la economía de mercado que cuando este existe, los precios bajan mientas que los salarios suben. En términos reales este fenómeno indica una economía en crecimiento.

En el caso argentino los precios tuvieron una suba espectacular durante el año pasado mientras el actual gobierno culpabilizaba a la inflación residual dejada por el anterior.

El concepto de inflación residual es inexistente, habida cuenta que en economía, o hay inflación o no la hay. Esta, obviamente, puede ser mayor o menor, pero nunca residual. Es decir, o se emite moneda o no se la emite, pero mientras se lo haga, habrá inflación, mayor o menor. Si se sube la inflación, se la mantiene, o se la reduce, siempre se tratarán de medidas de política económica que se toman en un momento dado. Pero no tiene efectos residuales sino inmediatos al momento en que tales actos se llevan a cabo.

En el corriente año, los precios se mantienen mayormente estables (en comparación al año anterior) pero la señal de encontrarse en una economía de mercado no es la estabilidad de precios sino su disminución, lo que no se observa en el contexto actual. 

Los precios de los bienes y servicios no son menores a los del año pasado. Por citar unos pocos ejemplos, las empresas de medicina privada continúan aplicando aumentos a las cuotas de sus afiliados mes a mes. Lo mismo sucede con los servicios públicos, como el de gas, electricidad, etc. Igual la telefonía e internet. Estos son servicios básicos para la ciudadanía que hoy en día resultan imprescindibles.

Puedo dar ejemplos concretos de un mercado que conozco de primera mano por dedicarme profesionalmente al mismo. Estoy hablando del mercado inmobiliario y de la construcción donde los costos (en el mejor de los casos) permanecen estables y en el peor, siguen aumentando.

El dato característico y cotidiano que tengo a mano es el nivel de los gastos por expensas que pagan los consorcios de propiedad horizontal. En los casos de nuestros clientes, ninguno ha experimentado bajas, ni siquiera mínimas.

Este mercado es muy revelador, porque la industria inmobiliaria y de la construcción abarca muchísimas otras actividades relacionadas al rubro. Por ejemplo, transporte, mano de obra especializada y no especializada (albañilería, pintura, plomería, electricidad) materiales para la construcción (industria del cemento, del acero, del herraje, del plástico, de la madera, del vidrio, insumos eléctricos, etc.) alquileres, compra-venta, servicios de vigilancia, seguridad, cámaras, desinsectación, limpieza, seguros, mantenimiento de ascensores, etc. honorarios de profesionales, abogados, escribanos, contadores, ingenieros, arquitectos, agentes inmobiliarios, etc.) y toda la mano de obra y empleos de todo tipo que generan e involucran estas actividades. Como se aprecia, es un indicador bastante completo de una amplia gama de sectores de la economía real.

El análisis de los distintos gastos que hacen los edificios mes a mes no exhibe ni siquiera mínimamente ninguna baja significativa de costos, sino lo contrario.

Esencial a una economía liberal es la apertura de la competencia en forma indiscriminada, porque además de aumentar la producción (o precisamente por ello) los costos tienden a la baja. Si esto no es lo que estamos observando en la Argentina, la respuesta no es difícil: los costos no bajan porque los mercados siguen cerrados a la competencia o están más cerrados que antes.

Ahora bien, una economía estancada no sólo no es ni liberal ni libertaria, sino su antítesis. El síntoma de una economía liberal es un crecimiento de todos los factores productivos, lo que se expresa en una baja de costos y un incremento de los ingresos reales. Si bien una baja de aquellos implicaría de por si un aumentos de estos, las cifras no mienten en cuanto a que ambas variables permanecen estancadas (ni los costos bajan ni los ingresos suben).

Pero, al fin de cuentas ¿el estancamiento es bueno o es malo? La respuesta es clara: el estancamiento siempre es malo, porque si la economía venía creciendo no hace falta explicar más, ya que presenta un freno a ese crecimiento. Y lo mismo resulta ser si, antes del estancamiento, la economía venía en crisis. En ambas situaciones (que son las dos únicas posibles para una economía) está más que claro que el estancamiento siempre y en toda ocasión es malo.

Para disimular los nocivos efectos del estancamiento, al gobierno (y sus acólitos) les gusta usar otra palabra: estabilidad (ya que suena más amigable a los oídos del profano). Pero en economía la estabilidad no existe, porque conforme enseñó L. v. Mises, admitir la estabilidad sería tanto como admitir la ausencia de acción humana. Y acción es lo contrario a la estabilidad.

Si todo esto fuera ''liberalismo'' no sería de extrañar que la gente termine odiando al liberalismo y a los ''libertarios'' (o quienes invocan estar obrando en su nombre, cuando no son más que una sarta de mentirosos usurpadores del liberalismo y de su noble nombre).


[1] Siglas de ‘’La libertad avanza’’

[2] Carlos SABINO; Diccionario de Economía y Finanzas. Contiene léxico inglés-español y traducción de los términos al inglés. Consultores: Emeterio Gómez; Fernando Salas Falcón; Ramón V. Melinkoff. CEDICE. Editorial Panapo. Caracas. Venezuela. Voz respectiva. Pág. 77

¿Qué podemos esperar?

 

Por Gabriel Boragina ©

 

Mientras el gobierno continúa declamando seguir una linea ‘’libertaria’’ de acción, el ciudadano común sigue sin advertir de que se trata y cuál sería la diferencia con los gobiernos que le precedieron al actual.

La prensa juega un papel importante en esta distorsión política, porque la realidad indica que la prensa independiente es una quimera. Cada uno de nosotros depende de sus propias ideas o de las de otros; el periodista, además de esto, depende de fondos para poder propagarlas; y esos fondos se consiguen cuando lo que se vaya a difundir sea del agrado o del interés de quien lo financia. En materia periodística también rige plenamente aquel dicho por el cual ''El cliente siempre tiene razón''. Esto no es -en si- malo, en la medida de que la competencia sea abierta y el estado-nación no meta manos en el asunto. Pero, por supuesto, esto no ocurre en la Argentina de LLA[1].

Es que no debe olvidarse que el gobierno, en sí mismo, jamás produce nada, sino que solamente puede repartir lo que otros producen. Y esto es lo que se espera del poder, no sólo en Argentina sino en la mayor parte del mundo. Y naturalmente, los que votaron a ese poder, siempre hacen cola para recibir la mayor parte de esa repartija.

El votante sólo tiene expectativa de recibir beneficios, prebendas y dádivas del votado, y esto (entre otros factores) es lo que imposibilita la realización de una sociedad liberal en el correcto sentido del término. Si el sistema es populista como sucede en el Argentina el panorama no puede ser peor aún.

Los desfavorecidos siempre esperan con ansiedad la hora en los que están de turno en el poder se vayan para que lleguen otros partidarios que les aseguren mejores condiciones de vida. No hay un pensamiento individualista por el cual cada uno cavile como puede mejorar personalmente y vivir de su trabajo. Esa cultura del propio esfuerzo fue destruida por el populismo peronista. Y los restantes gobiernos que quisieron cambiar esa realidad no pudieron y -en definitiva- terminaron cayendo en más populismo (sea de izquierda o de derecha).

Mientras tanto, los populistas se pelean entre si a ver cuál es el mejor de ellos. El ‘’mejor’’ (según la visión populista) es. desde luego. el más populistas de todos.

Es asi que, desde el gobierno se desdeñan las instituciones y la república, mientras el jefe del partido gobernante se burla de los que defienden la república. La lectura es clara: el peor enemigo de la república es, precisamente, el populismo. Por eso se ridiculiza a los republicanos llamándolos con términos descalificatorios por parte del máximo responsable de la marcha de la política.

¿Qué se puede esperar de una persona asi?. La república siempre ha sido la mejor expresión del liberalismo. Se puede decir que la república es el liberalismo manifestado políticamente.

Si se espera que el gobierno mejore la economía, lo único que debe desearse (y lucharse para ello) es porque se aparte por completo de la misma.

Claro que, los dirigistas ''liberares'' (¡que contradicción en términos!) insistirán que, como el liberalismo es bueno para todo el mundo debe imponerse absolutamente a todos, combatiendo (y aplastando de ser necesario) al disidente. Y para ello, nada mejor que acudir al monopolio de la fuerza, que es justamente el mismo gobierno. ¡Como si emplear el uso de la fuerza tuviera algo que ver con el liberalismo, cuando es su antítesis!.

Bueno, esa parecería ser la filosofía que anima al gobernante de la LLA. Pero lo curioso del caso es que la política desarrollada hasta el presente tiene poco y nada que ver con algo parecido al liberalismo o libertarianismo. Ya que se trata de lo que podemos llamar un intervencionismo de mediano o bajo grado, pero intervencionismo al fin. Fue Ludwig von Mises quien nos enseñó que el intervencionismo tiene diversos grados o fases que se van sucediendo hasta llegar a la intervención total de la economía.

Si el gobierno (que proclama otra cosa) es o no consciente de esto es realmente una incógnita. Personalmente, hace rato que dejé de pensar en la buena fe del equipo gobernante. No encuentro en el mismo una sola figura de renombre y credenciales suficientes que pertenezca a las filas del liberalismo.

La famosa motosierra, que a tantos ingenuos embaucó, fue mayormente dirigida al sector privado y no al estatal. Si bien hubo algunos tímidos recortes en la administración pública no fueron redireccionados a la actividad privada, sino a engrosar las arcas de otras reparticiones.

Pongamos un ejemplo sencillo. Si en el país X, tenemos las oficinas públicas A y B (cada una con un presupuesto de 10) el gasto publico total será de $ 20 (mil, millones, billones, etc.).

Si elimino la repartición A y dejo en pie la B, y los $ 10 que gastaba en A, ahora se los asigno a B, podré pregonar que he eliminado reparticiones del estado y he ajustado al sector público, pero no podré (sin mentir) decir al mismo tiempo que he reducido el gasto, porque el gasto publico seguirá siendo $ 20 (como antes del ‘’ajuste’’).

Bien, de este tipo son los ''recortes'' hechos por el gobierno de LLA[2]. En cantidad de dependencias, oficinas del estado hay ciertamente menos, pero en cantidad de partidas presupuestarias son las mismas que antes de los ‘’recortes’’ sólo que asignadas a otros sectores ya existentes o creados ex novo. No hay reducción del gasto sino reasignación del mismo.

Como esas partidas presupuestarias se financian con impuestos que paga el contribuyente y ciudadano de a pie, ello significa, a su vez, que esos impuestos no se ''recortan'' ni eliminan sino que se reasignan consecuentemente a los nuevos destinos presupuestarios. El contribuyente sigue pagando lo mismo, mientras desde el gobierno le dicen que le ‘’bajaron’’ los impuestos, cuando la realidad es que lo único que cambió fue la dirección de los impuestos sufragados.


[1] Siglas de ‘’La libertad avanza’’ el partido gobernante.

[2] Ver nota anterior.

La salvación del país

 

Por Gabriel Boragina ©

 

Quien leyera este título en Argentina estará esperando ver a quien me estoy refiriendo. Es decir, a que persona concreta propondré como candidato para llevar a cabo la misión que encabeza esta nota. 

Pero, lamentablemente, mucho defraudaré al lector argentino promedio en esa vana esperanza. Porque no creo en los salvadores providenciales de la patria, como se presenta el actual jefe del partido gobernante.

Si, en cambio, creo que hay posibilidades de salvar al país de la debacle en la cual se encuentra inserto. ¿Cuál es mi fórmula? Volver a las instituciones fundadoras y respetarlas a rajatabla, sin importar quién o quiénes desempeñen sus funciones.

Desde que se ha desandado el camino trazado por la Constitución de la Nación Argentina en sus originarios textos del siglo XIX, paulatinamente, la Argentina entró en declive y -salvo brevísimos intervalos- continua su caída.

El menosprecio de esas instituciones que la hicieron grande, y su casi completo olvido (salvo cuando se acercan fechas electorales) denotan y revelan a las claras el sentir argentino y su forma de gobierno, donde lo que se elige en cada elección es un mandamás, que si no sirve para dar en ella esa percepción mesiánica para el votante, se lo desalojará del poder en el próximo acto electoral.

Es asi que se ha desarrollado la idea de un presidencialismo que, en los hechos, empequeñece el rol fundamental que cumplen los dos poderes restantes (legislativo y judicial).

Entonces, los debates acalorados pasan por otra parte. Por el hombre, el sujeto, el candidato. Si habría que calificar el régimen político argentino de alguna manera, cabria la expresión de presidencialismo personalista, donde lo relevante no son las instituciones ni los roles que asigna, sino el carácter, las posturas, los modales, los gestos y estilos del candidato. Y cuanto peores son estos más los valora la ciudadanía. Y asi se explica el porqué de la marcha a los tumbos del país.

No ha de creerse que la desvalorización por las instituciones solamente es responsabilidad de las clases populares.

Muchos profesionales participan también de ese sentimiento de desdén y minimización por ellas. No son pocos los economistas que no aprecian las instituciones como herramientas idóneas para la mejora económica.

Uno de los que más ha insistido en este punto ha sido el premio Nobel de economía Friedrich A. von Hayek, quien comprendió y enseñó el valor de las instituciones para la buena marcha económica de las naciones.

En el caso argentino, creo fundamental respetar al pie de la letra el texto constitucional que pone en manos del poder legislativo el manejo de la economía. De lo contrario sucede como hoy, que el control discrecional de la economía queda a cargo del poder ejecutivo, especialmente en manos de su titular y -en particular- de quien sea su ministro de economía.

Si bien el problema no es de ahora, habría sido una transformación extraordinaria que un gobierno (que se ufana de ‘’libertario’’) hubiera puesto las cosas en su lugar y no como ocurrió -y sigue sucediendo- el poder siga concentrado en estos dos funcionarios del Ejecutivo. En suma ¿cuál sería la diferencia con una dictadura ejercida por dos personas? ¿cómo es posible que el poder ejecutivo ponga o quite impuestos y tenga facultades, además, de cuántos y a cuánto ascenderá cada uno, cuando la Constitución Argentina dice que esto es atributo exclusivo del Congreso Nacional?

Si en Argentina no se revaloran las instituciones nunca saldrá de la crisis en la que se encuentra sumergida.

Esta si se trataría de una reforma estructural de fondo, aunque parezca mentira: la de recuperar el respeto por las instituciones, y comenzar a ejercerlas tal como las han diseñado los constituyentes originarios.

Pero, por desgracia, la última reforma constitucional, en lugar de ello refuerza la concentración de poder en el ejecutivo, y crea -paralelamente- figuras contradictorias consigo misma. Por citar un solo ejemplo, el de la coparticipación federal tributaria, que concentra en el poder central la forma de recaudar y distribuir tributos, cuando ello debería ser competencia exclusiva de las provincias, tal como lo decretaba la Constitución originaria.

En los hechos, esto convierte a la coparticipación federal en su contrario: una coparticipación antifederal.

Como dije tantas veces, que la Constitución Argentina otorgue facultades al poder ejecutivo para dictar decretos de necesidad y urgencia (DNU) no justifica que un gobierno que se autodenomina ‘’libertario’’ las ejerza, sino que, por el contrario, debería abstenerse de practicar esas atribuciones, que son claramente antiliberales.

Pero no es eso lo que ocurre en Argentina con el gobierno de LLA que, hasta el momento, se comporta (desde lo jurídicamente institucional) ni más ni menos como los gobiernos que le precedieron. No hay diferencias, excepto un cambio de discurso y de promesas que siguen sin cumplirse.

Uno de los ‘’ABC’’ de la economía de mercado es que cuando existe, los precios bajan y los salarios suben. Esto claramente no sucede en la Argentina, pese a lo que pregonan los fanáticos del poder. Y ya me he explayado sobre otras instituciones económicas liberales que, aunque se declaman desde la tribuna, no se observan ejecutarse en el país.

El mercado de cambios (en otro ejemplo) sigue tan controlado como antes. El famoso cepo (del que tanto se hablado hasta ahora) sólo es una modalidad de un espectro más amplio de diversas clases de controles de cambio.

Para que se dejara de hablar del tema, el gobierno anunció que se levantaría el cepo, lo cual duró muchísimo. Pero (suponiendo que se hubiera levantado) los efectos siguen siendo idénticos a cuando existía el cepo. La razón es muy sencilla para quien tenga nociones básicas de economía: no se ha liberado el mercado de cambios. De haber un mercado de cambios genuinamente libre no tendría razón de ser la existencia de un mercado oficial y otro paralelo, lo que es típico de las economías dirigidas o intervenidas, lo contrario a una economía liberal.

Y asi podríamos seguir. La esperanza de un cambio de rumbo es vana, porque las reformas estructurales no se hacen. Se recortan gastos en sectores que, simplemente. se trasladan a otros menos publicitados. Y como la publicidad y el periodismo manejan y manipulan buena parte de la opinión pública, muchos creen que todo está en orden cuando no es asi.

Recorrer barrios poblados numerosamente como el centro porteño, muestra a diario gente viviendo en las calles, locales vacíos (en venta o en alquiler perpetuamente) comercios que bajan sus persianas o cierran sus puertas, y un espectáculo de decadencia generalizado.

Los economistas oficialistas nos refutarán con sus números que no reflejan la realidad de lo que se ve y lo que no se ve (Bastiat).

El estancamiento no es liberal

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