Accion Humana

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Revista Digital

Ignorando economía

 



Por Gabriel Boragina ©

 

Hay algunos que se quejan con sorpresa porque observan que ciertos municipios del conurbano bonaerense aumentan sus tasas e impuestos fuera de la ''política de austeridad'' que proclama el gobierno nacional.

Sobre esto hay que señalar al menos dos puntos a saber:

1.                  En primer lugar, no se visualiza tal política de frugalidad y de recortes que constantemente anuncia el gobierno nacional. De haberlos, esos ahorros del sector público implicarían automáticas transferencias al sector privado, incrementando los ingresos de este, lo que -a su turno- se traduciría en acrecentamiento de inversiones, empleos y salarios. Claramente, no es lo que está ocurriendo sino, más bien, al revés.

2.                  Seguidamente, si intendencias, municipios y provincias no acompañan las hipotéticas y muy dudosas medidas de ''austeridad'' del gobierno central es porque no comparten su ideología supuestamente ''liberal''. Mas claro, hay que echarle agua. Es simple : No hay tal ''revolución libertaria'' prometida ruidosamente en campaña. Si la comunidad, en su conjunto, apoyara el denominado y incierto proyecto ''liberal emprendido'', secundarían esas políticas. Si no lo hacen, es porque las tales son mera propaganda y no realidad, o -si existieran- no se acuerda con ellas.

Otros, han mostrado disgusto porque, a pesar de los anuncios oficiales sobre cierta ''baja'' de la inflación, aun asi, los precios no sólo no descienden sino que empresarios y comerciantes pronostican nuevas y futuras ampliaciones de precios.

Sobre esto también hay dos cosas que decir:

1.                  La lógica del mercado es siempre maximizar ganancias. No entiendo porque algunos se escandalizan porque empresarios y comerciantes alzan precios. Si aumentan es porque el gobierno habilita dichas adiciones, por más que los critique. Hay de parte del gobierno un doble discurso.

2.                  Si empresas y comercios informan nuevas elevaciones de precios es porque ha crecido la inflación. Los discursos de barricada e índices oficiales trucados o sesgados no cambian esta realidad. Sólo son humo político. Como hacían los peronistas K. Igualito.

Me detengo a analizar estos puntos porque precisamente no provienen de sectores de la oposición sino del oficialismo actual (o quienes simpatizan con él sin partidismo formal de por medio) lo que revela el pasmoso desconocimiento de los elementos mínimos de una economía liberal, ciencia esta que el gobierno presume ''dominar'' y estar aplicando actualmente, y que también se supone ampliamente conocida y compartida por toda la ciudadanía lo cual, queda cada vez más claro, constituye un simple mito generalizado.

Sobre el ultimo, ha de insistirse de nuevo en algo básico de economía: los precios pueden subir o por exceso de demanda o por reducción de la oferta. O por ambas razones en forma simultánea o sucesiva. La inflación estimula, como es sabido (o debería saberse, mejor dicho) ambos, pero al ser un efecto artificial no es sostenible en el tiempo. Y por no elevar todos los precios a la vez, ni en igual proporción, produce severos desajustes en la oferta y demanda las que, en virtud de esta injerencia gubernamental, en lugar de converger hacia un punto de equilibrio se alejan de él a idéntica velocidad que se acelera la inflación.

Pero no hay que olvidar que otras manipulaciones gubernamentales hacen elevar los precios, tales como el gasto público, los controles, cupos (o cepos), los impuestos y los empréstitos, entre los principales.

Oferta y demanda, sin embargo, no tienen igual comportamiento con todos los precios. En una economía libre (o liberal) mientras los precios de bienes y servicios bajan, los salarios (precio del trabajo) suben.

Otro factor no menor para que los precios desciendan es la competencia libre, la que tampoco existe en Argentina cuya estructura económica es oligopólica y monopólica, y asi se mantiene por desgracia. Liberar la competencia del mercado debió haber sido la primer medida a tomar apenas iniciada la gestión. Y no pedir poderes absolutos para el órgano ejecutivo en detrimento de los otros dos poderes, lo que en lugar de abrir la competencia la restringe, empezando por eliminar la competencia entre los tres poderes del estado, tratando de concentrarla exclusivamente en el órgano ejecutivo y muy particularmente en la persona de su jefe (principal preocupación del actual gobierno).

Nada de esto (desmonopolizar, desregular, etc.) es lo que está ocurriendo en la presumida ''Argentina liberal'' del momento. No obstante, como hemos apuntado en muchas ocasiones, lo más grave es que no se observan pasos hacia ese vociferantemente declamado objetivo por parte del gobierno. Los ya exhibidos esfuerzos del ejecutivo por concentrar poder en sus manos es claro signo de antiliberalismo y no de su opuesto.

Y como se ha mostrado en los puntos anteriores, sus partidarios no tienen ni la más pálida idea de cómo opera una economía libre, ya que los puntos que refutamos más arriba no son, repetimos, de adversarios sino de sus seguidores.

Es que, como tantas veces expresamos, lograr una sociedad liberal o libertaria no es tarea ni misión de grupos minúsculos o incluso de tamaño medio que detenten el poder y, por su medio, lo impongan. Sino que es un convenio voluntario a gran escala. Todos los sectores sociales deben (no en sentido jurídico sino moral, es decir, con discernimiento, plena convicción, intención y voluntad propias) sentirse comprometidos con esa visión e ideal, demostrando, a través de sus actos, que participan de él, lo promueven y comparten.

Logrado eso, no será necesario compeler a provincias y municipios a imitar las medidas (de ser ciertas) de ‘’austeridad’’ del gobierno central, porque espontáneamente se sentirán participes del mismo proyecto. y no será forzoso obligarlos a que lo reproduzcan Pero es contradictorio con la filosofía liberal sostener que debe obligárselos a que sigan las directivas del gobierno central. Ni siquiera la Constitución Argentina autoriza semejantes procedimientos porque iría en contra de su espíritu federal, al menos del poco que conserva luego de la desafortunada reforma de 1994.

Es bastante iluso creer que con un mero discurso (que además es incomprobable en la práctica) puedan inducirse las conductas deseadas o exhortadas en el mismo.

El gobierno es parte de la sociedad, pero no es toda la sociedad ni se confunde con ella.

Y es esto lo que muchos argentinos siguen sin entender. Continúan pensando (y diciendo) que el gobierno nos debe obligar a ser libres, lo que es un oxímoron.

La ilusión de lo que no fue

 


Por Gabriel Boragina ©

 

No hay demasiado para comentar sobre la actualidad económica argentina. Siguen sin producirse los grandes cambios ''libertarios'' prometidos con fervor inusitado desde la campaña prelectoral y, por consiguiente, se profundiza la desesperanza de los que creyeron que podían hacerse realidad. Nosotros no nos incluimos en ese grupo, porque nunca lo creímos, por todo lo que venimos explicando desde hace tiempo en esta columna 

Ni el personaje que hoy encabeza el poder, ni el contexto histórico-político del país hacía creíble que el paraíso liberal (fuertemente publicitado desde los medios) pudiera ser obtenido como por arte de magia como con insistencia nos prometía desde la tribuna, sobre todo periodística, porque no hay que olvidar que, si por algo llegaron el poder fue por la inestimable colaboración propagandística mediática que le permitió de ser un simple y mediocre panelista a llegar a ser candidato y, finalmente, alzarse con el poder. Algo posible creo que solamente en Argentina, que ya atravesó por paradojas semejantes.

Pero si faltaban esas calidades y cualidades bien las podría haber suplido rodeándose de auténticos liberales (que los hay en el país, aunque sean muy pocos). Pero grande fue nuestra sorpresa cuando, en lugar de ello, se hizo envolver y armó sus equipos con personajes de los partidos vencidos en la contienda, lo cual determinó para nosotros que la suerte estaba echada y que el rumbo no iba a ser nada diferente a lo que ya conocíamos y padecíamos desde hace décadas.

La gobernabilidad se aseguró negociando con su ''despreciada (?) casta’’ como agudos analistas políticos y económicos habían advertido mucho antes. Esto condicionaba fuertemente las revolucionarias reformas anunciadas. Porque era ingenuo suponer que ‘’la casta’’, formada y fortalecida durante largos decenios, iba a abandonar por nada todos sus privilegios.

Claramente no hubo ese imaginario ''renacer de las ideas de la libertad'' del que algunos que con inocente entusiasmo hablaron (y aun lo hacen). Hubiéramos deseado mucho ese supuesto ''renacer'', pero la actual coyuntura argentina no permite esperanzarlo si es que se va a persistir como ahora por el camino emprendido por el gobierno, que continua proclamando los beneficios de la libertad, pero que, manifiestamente, se mueve en un sentido contrario a esa libertad declamada con tanto brío.

Hay que estar muy desorientado para creer que lo que está ocurriendo en la Argentina es algo parecido al liberalismo y menos todavía a libertarismo/libertarianismo. Implica o desconocer o mal conocer lo que una y otra corriente designadas con estos nombres significan. Bastante lo hemos aclarado en notas, artículos, libros, clases, charlas, conferencias, etc. Bastaría remitirse a ellos. Otros pocos eximios liberales también lo han hecho. Hoy por hoy, todo ese cuantioso material abunda y puede accederse al mismo. Es por esto mismo que creer que la experiencia política y económica actual argentina tiene que ver con alguna de esas dos corrientes de pensamiento es estar muy pero muy errado.

Hablar en abstracto de un ''renacer de las ideas de la libertad'' importa, al menos, excluir del análisis el contexto presente socio cultural argentino.

Ni siquiera en la época del ilustre prócer Juan Bautista Alberdi el grueso de la población participaba de ese ideario en forma masiva. Alberdi se queja de ello en varios de sus trabajos.

Hubo si una respetada elite de intelectuales liberales en su tiempo, grupo del cual Alberdi formaba parte, que cultivaban ese pensamiento liberal que, por cierto, tenía pocos puntos en común con los de otros intelectuales que (años más tarde) se conocieron como la Escuela Austríaca de Economía.

Pero, como el mismo Alberdi destacaba y, en alguna medida, también lo hizo Domingo Faustino Sarmiento, el mayor número de la población (que aun así era entonces escaso) ignoraba esas ideas. Por eso en ese punto, tanto uno como el otro, coincidían en la necesidad de una labor educativa. Ya en esa época la reducida población del país no se preocupaba demasiado en sutilezas y disquisiciones filosóficas acerca del liberalismo o el mercantilismo, que era éste último el sistema económico recibido en las colonias hispanoparlantes.

Y a pesar del tiempo transcurrido, la Argentina de hoy no es muy diferente, sociológicamente hablando, a la de los días de Alberdi. El hombre común y corriente de nuestro día tampoco está interesado en elucubrar complejas teorías filosóficas, ni reconoce la gran importancia de hacerlo, como las distinciones entre el liberalismo y otras corrientes opuestas, en especial el intervencionismo que es, dicho sea de paso, el sistema económico imperante en el país y en casi todo el mundo de nuestros días.

Las preocupaciones del hombre promedio argentino no exceden mucho más allá que los deportes (muy en particular el fútbol) y las exhibiciones cinematográficas o televisivas, además de las del trabajo diario en la oficina, en la obra o donde fuere que lo haga.

No hay (como podría esperarse de una verdadera sociedad liberal) tertulias de café, donde se discutan -por ejemplo- las obras de Mises. Hayek, Rothbard, Roëpke, Eugen Böhm Bawerk, Carl Menger, Popper, Kuhn; Feyerabend, Lakatos, etc. liberales de fuste, o muy cercanos a ellos. Tampoco en las redes sociales estos sean o se vean como Trend Topics. No hay grupos masivos de Argentina abocados de lleno a estos temas, ni en chats, ni en redes, ni en TV.

Y como dijera el sabio de Hayek, la economía es una ciencia contraintuitiva. El argentino sólo está preocupado por ganar cada vez más dinero, como todo el mundo, pero poco le importa la libre competencia excepto la suya propia, en cuanto que le permitan competir a él, y si es en condiciones oligopólicas o monopólicas tanto mejor. Sus restantes preocupaciones son: cumplir estrictamente el horario de trabajo y volver lo más rápido posible a casa a ‘’desparramarse’’ en su sillón favorito, encender el televisor, y mirar el partido hasta que llegue la hora de la cena.

La duda es si el supuesto gobierno ‘’libertario’’ conoce esta realidad o la ignora. Si fuera uno o de otro supuesto, en ambos sería sumamente preocupante y triste.

 

Repasando como llegamos a esto

 


Por Gabriel Boragina ©

 

En noviembre último, los argentinos (como tantas otras veces antes) se vieron en la alternativa de optar por dos populismos que aparentan ser diferentes, y al que el folklore político suele designar como de derecha o de izquierda. 

A la sazón, gobernaba el populismo de izquierda representado por el peronismo en su vertiente ''K'' con los consabidos desastres económicos que todo populismo siempre crea, sea de izquierda o derecha. Sin embargo, la percepción popular no distingue que el problema no reside en el signo que esgrima el populismo sino en el populismo mismo.

Ni siquiera el muy moderado y amable Mauricio Macri fue visto de este modo sino que quienes lo votaron en el 2015 lo hicieron pensando en que lo hacían por lo que iba a ser un populismo de derecha, simplemente porque era la única alternativa que se oponía en aquel momento a otro de izquierda que llevaba largos años en el poder y que, en esta oportunidad, se encontraba absorbido y monopolizado por el matrimonio Kirchner. 

Sin embargo, Macri no era populista, y consiguientemente no hizo un gobierno de ese color, lo que desde luego fue una sorpresa para sus votantes quienes, a la postre, desilusionados tras cuatro años de gestión, le negaron su apoyo para un nuevo periodo.

No sólo le retiraron su apoyo sino que también consideraron que ''su modelo'' (un estilo cortés, respetuoso, educado, dialogante, etc.) estaba ''agotado'' y era hora de volver al tradicional modo confrontativo, brusco, amenazante y hostil que siempre exhibió el populismo de izquierda que, en el caso argentino, por antonomasia lo representa el peronismo.

Aclaramos que el peronismo es un caso curioso, en el sentido que no solamente es un partido sino que (como los mismos peronistas han proclamado siempre) es un movimiento, expresión mucho más amplia que la de simplemente partido político y verdaderamente más representativa de lo que es: un fenómeno que abarca todas las manifestaciones humanas, ya sean políticas, culturales, educativas, recreativas, en una palabra, sociales, las que tienen un alcance mucho más amplio que el estrictamente político, pero que a través de la política influyen sobre todas ellas, ya que como todo populismo, su meta final es el poder por el poder mismo, sin importar demasiado cual sea la puntual ideología que en el momento se exhiba.

Cumplido, entonces, un nuevo término de otro tiempo peronista, esta vez de la mano de la dupla Fernández-Fernández, la ciudadanía volvió a considerar que el ciclo del populismo de izquierda volvía a estar ‘’agotado’’.

¿Cuáles eran las alternativas disponibles? Pocas. Por un lado, estaba ''Cambiemos'' la fuerza que había llevado a Macri al poder, con la novedad de que en esa ocasión Macri, tras un largo espacio de indefiniciones, anunció que no iba a ser de la partida, es decir, no iba a competir por un nuevo mandato, y dejó en libertad tanto a los integrantes de su partido como a sus ex votantes para elegir el candidato que surgiera de las P.A.S.O.  Para muchos seguidores, fue esta una segunda desilusión con quien, pocos años atrás, había sido su líder.

Pero, por el otro lado estaba un ignoto y muy periodísticamente promocionado, conglomerado que llevaba por nombre el atractivo rótulo de ''La Libertad Avanza',' prometiendo en campaña cambios radicales (no en el sentido del nombre del partido político que lleva esa palabra en su denominación oficial) y basando sus consignas en la eliminación de la llamada ''casta'' política que, según ellos, era la causante última de todos los males del pais en todas las épocas.

Estos lemas se acompañaban con propuestas económicas seductoras, como la promesa de dolarizar la economía, lo que hizo suponer a muchos que, si se los votaba y llegaban al poder, pasarían de la noche a la mañana a ganar su salarios en dólares, lo que desde el partido se alentaba con el falso eslogan de que ''era muy fácil dolarizar'', y barrabasadas por el estilo, tales como la completa eliminación de los impuestos porque -decían- ''el impuesto es un robo''(lo que es una afirmación relativa y discutible, incluso desde el propio punto de vista liberal) y otras que iban mucho más allá, como la permisión de venta de órganos del cuerpo humano y de personas (niños puntualmente) siguiendo las teorías de Murray Rothbard, emblemático representante del anarcocapitalismo, las cuales son muy controvertidas, incluso en el seno mismo del liberalismo por los denominados liberales clásicos que se diferencian de este modo de los libertarios de Rothbard.

La oferta de estos era atrayente por varios aspectos: 1° no era moderada 2° los autodenominados ''libertarios'' enfáticamente pregonaban que era ''muy fácil'' hacer todo eso, sólo necesitaban la oportunidad de que se les diera el poder, y 3° la alternativa a ellos era Sergio Massa, el ex-ministro de economía del gobierno peronista en curso, que había llevado a un nuevo desastre económico al país. Como se ve, se trataba de una coyuntura muy particular.  

La gente no parecía tener dudas, entonces, a quien se debía elegir. El argentino promedio, amigo y fervoroso creyente en los milagros políticos, se volcó a elegir a quien se presentaba como el ‘’mesías mosaico’’ que sacaría a los argentinos ''esclavos'' del yugo peronista, y los llevaría a través del desierto a la tierra prometida de la libertad. Bajo esta ilusión pueril, La Libertad Avanza se alzó con el poder.

Hoy, a casi un año de todo esto, los muy pocos que advertíamos que los autodenominados ''libertarios'' no eran tales, y que lo que se estaba votando con ellos era no otra cosa que más populismo, sólo que de signo opuesto al que salía del poder, vemos con tristeza y desazón que no estábamos equivocados, a pesar de que no solamente no fuimos oídos, sino ironizados, ridiculizados, insultados y agraviados por la horda de fanáticos que defiende al actual gobernante que, entre sus primeras medidas, dictó un decreto en el que pide poderes absolutos, y -como si no fuera poco- llenó su gobierno de los más oscuros personajes de esa ‘’casta’’ que con tanto brío denostó durante toda la campaña prelectoral. 

Ignorando economía

  Por Gabriel Boragina ©   Hay algunos que se quejan con sorpresa porque observan que ciertos municipios del conurbano bonaerense aume...

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