Accion Humana

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Revista Digital

Entre el populismo y la democracia

 Por Gabriel Boragina ©

 Quienes vinieron a ‘‘cambiar la política’‘ están haciendo de la política su medio de vida.

Aquel discurso no es nuevo en la Argentina, simplemente lo que ingenuamente se renueva es la ilusión del votante en que haya alguien que diga la verdad cuando lo promete. Pero el ciudadano corriente va de frustración en frustración cada vez que quiere renovar esa esperanza.

La pregunta es ¿por qué tanta ingenuidad se va repitiendo de generación en generación?

No hay una sola causa para cualquier fenómeno social ni político, en todo efecto siempre intervienen una multiplicidad de causas que, a su vez, interactúan entre sí y confluyen como factores concuasales. Todo lo cual entorpece el diagnóstico. Y, por ende, la ansiada solución única al problema en materia social.

Esta misma dificultad la encontraron todos los pensadores sociales de la historia que se han esmerado en buscar causas y efectos únicos que expliquen los fenómenos humanos.

Quien halló la solución a este dilema fue Ludwig von Mises, la que expuso en su tratado de economía titulado La Acción Humana y cuyo título sirviera de inspiración a este sitio.

Básicamente, su tesis es que el ser humano siempre busca mejorar de estado, pasando a través de la acción de una situación menos satisfactoria a otra de mayor bienestar, pero esa acción que lo impulsa en dicho sentido no le garantiza el logro de ese mejor estado al que aspira. El factor que disminuye esa garantía se explica en la incertidumbre humana inherente a la misma.

La experiencia poco cuenta, porque, en su tesis, las circunstancias siempre son distintas y la interpretación de los hechos también difiere de una persona a la otra, lo que hace variar el resultado final de la acción concreta que se persiga.

Quizás esto último explique la recurrente caída de la sociedad argentina en el error al elegir a sus representantes políticos, votación tras votación.

Por evitar lo que se estima o vislumbra como un mal, se termina optando por otro que -a la postre- resulta ser peor que el que le antecedió. Esto parece ser lo que viene ocurriendo en la Argentina, la que hoy se enfrenta a nueva decepción, sobre todo entre las filas de los liberales que se entusiasmaran con el ascenso de un gobierno autoproclamado ‘‘liberal’‘ que, al fin de cuentas, va demostrando ser más de lo mismo que sus opuestos precedentes.

También entre los liberales argentinos existe esa cuota de ingenuidad que afecta a la mayoría de la población de buena fe y que intelectualmente esta lejos del liberalismo, ya sea por prejuicios, indiferencia, aversión, educación, o por el motivo que fuere.

No menor es un factor al que aludimos a menudo: el de la tradición populista que ha arraigado en las costumbres y formas de ser y de pensar del argentino promedio. Al punto tal de haberla naturalizado y ni siquiera darse cuenta de ello.

Muchos se sorprenderían negativamente si se les demostrara que su forma de hablar, de pensar y de comportarse responde a un patrón cultural populista. Reaccionarían, probablemente, diciendo que, de ninguna manera, que ellos creen en la democracia. Sin embargo, ignoran que la democracia es una forma de elección de gobierno que no es incompatible en absoluto con el sistema populista. De hecho, los casos históricos de Hitler en Alemania, Hugo Chávez en Venezuela e, intertemporalmente entre ambos, el de Juan Perón en Argentina son bien demostrativos de lideres populistas que accedieron al poder no mediante los típicos golpes de estado militares sino a través del voto popular en lo que cualquier lector calificaría de elecciones democráticas limpias.

Ya hemos escrito sobre los distintos significados y formas de la democracia en varias obras y artículos de opinión. Nuestra intención no es recrear esos debates, sino simplemente mostrar como las cosas suelen confundirse, creyendo que unas excluyen a otras cuando, en realidad, las incluyen y generan mixturas que son difíciles de explicar con claridad y, por ende, también de ser entendidas del mismo modo.

El problema de creer que la democracia excluye el populismo involucra el de no comprender la diferencia entre el instrumento por el cual se accede al poder (democracia) y la forma en que este se ejerce (populismo). Este dilema lo vio claramente, nos parece, L. v. Mises.

Otros autores como, por ejemplo, el premio Nobel de Economía Friedrich A. von Hayek, aparentan más bien posicionarse de manera favorable a la democracia, y criticar lo que presenta como figuras desviadas de la misma, a las que llama democracias ilimitadas lo que supone la idea de que aludir a la palabra democracia ‘‘a secas’‘ es idéntico a hablar de un sistema de gobierno limitado. En este último sentido, el populismo sería si contrario a la democracia entendida como F. A. von Hayek la explica.

Otros, en fin, hablan de una democracia de facciones, concepto que no carece de interés, pero que a mi humilde modo de ver, encuentra fuerte paralelismo con lo que yo denomino populismo, en donde los distintos partidos o facciones populistas no hallan puntos de acuerdo entre sí, excepto en el populismo mismo como modo de ejercer el poder una vez llegados a su cima, sea por elecciones (más o menos) ‘‘libres’‘ o por medio del concurso de la fuerza, o la vía que fuere idónea, en una suerte de maquiavélico designio por el cual el fin justifica los medios.

Por lo que me parece indistinto hablar del sistema político argentino como una democracia ilimitada o de facciones, populista o, lisa y llanamente, populismo lo que, en suma, no es cuestión de palabras sino de conceptos en el que todas estas expresiones confluyen.

Volviendo a la experiencia argentina de hoy, para muchos (liberales o no) LLA[1] forma parte de un nuevo fracaso el que, naturalmente, impacta más en aquellos liberales de buena fe que, un tanto pueril e inocentemente, creyeron en el discurso de campaña, y que aun tratan desesperadamente de aferrarse a la esperanza de un gobierno liberal.


[1] Siglas del partido gobernante ‘’La libertad avanza’’.

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