Accion Humana

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Revista Digital

Fútbol, ‘’pasión de multitudes’’ (2º parte)


 

Por Gabriel Boragina ©

El fútbol como sucedáneo de la guerra

Si en la guerra la violencia se proyectaba sobre el otro soldado combatiente, en su reemplazo (en el fútbol) aquella violencia se descarga sobre un objeto: el balón o pelota y no sobre otras personas (a veces).

Esto ya representa una evolución importante, porque no es necesario liquidar vitalmente al ‘’enemigo’’.

El fútbol sigue la mística que se vivió o vivía antes, durante y después de las batallas. Adopta prácticamente todos sus símbolos: banderas, banderines, divisas, estandartes y parafernalia combatiente.

La gente se disfraza con los colores de las naciones en combate. Se pinta la cara (recordemos los carapintadas militares). Todo es un replica. Sólo se eliminan los instrumentos mortíferos. Ya no se usan balas ni cañones, granadas, obuses, metralletas, fusiles, tanques, tanquetas, minas subterráneas, submarinos, torpedos, aviones, acorazados, etc. todo esto se reduce a un solo elemento pequeño e inofensivo: una pelota o balón de cuero u otro material resistente a los continuos golpes de puntapiés.

El fútbol ha prohijado las marchas y desfiles triunfales típicos de los finales bélicos. Bailes, música, festejos y fuegos de artificio para celebrar el éxito sobre el enemigo o, en el caso de los campeonatos mundiales, todas ‘’las demás naciones enemigas’’. El ‘’juego’’ es la vía de escape perfecta para que el equipo ganador haga soñar a sus incondicionales aficionados que se ha ‘’vencido al mundo’’.

Los argentinos tienen ejemplos históricos de esto. Cuando el gobierno militar del general Leopoldo F. Galtieri proclamó públicamente la ocupación o (en su versión populista) la ''recuperación de las islas Malvinas’’ la gente, ni lerda, ni perezosa, se lanzó desaforada, desbordante y masivamente a las calles.

Festejos y movilizaciones multitudinarias populares se sucedieron por doquier. Las masas vitoreaban al militar dictador que saludaba sonriente con los brazos en alto desde los balcones de la Casa de Gobierno. Todo era una fiesta y algarabía. Nadie se detuvo a pensar en la locura que se estaba llevando a cabo, ni en lo que vendría más tarde.

El cántico ''El que no salta es un inglés'' reemplazó al ''el que no salta es un holandés'' que fue el estribillo del campeonato de fútbol mundial del 78, dado el cambio de rivales en un caso y en el otro.

Las escenas que se registran de la época son idénticas a los festejos habidos en las calles por el triunfo del campeonato mundial del 78 y prácticamente iguales a las del campeonato mundial del 86. Sin embargo, el hecho que se celebraba era el inicio de una guerra no declarada a otro país (el Imperio Británico).

Cada bombardeo que significara alguna posible baja en el bando inglés se gritaba en los hogares y lugares de trabajo, oficinas, talleres, comercios, aulas, bancos, como un gol. Se llevaban prolijas estadísticas como en los pronósticos deportivos, y se hacían apuestas en los bares y demás lugares de encuentro de cuántos buques del enemigo se hundirían (el equivalente a los ‘’goles’’ que se le harían).

Hasta había relatores y comentaristas de guerra que emulaban a los de fútbol. La guerra se asimilaba a un juego, como el juego de tablero y fichas de la guerra al que juegan los chicos.

De esta manera, el gobierno consigue fácilmente que la gente olvidara ‘’de golpe y porrazo’’ la gravísima crisis económica que el país estaba afrontando y el fracaso de la gestión militar al frente del gobierno. La mística del fútbol llevada a la guerra (y viceversa) lo hizo todo.

Idéntica locura colectiva se repitió al ganar los restantes campeonatos mundiales de fútbol (86 y 22).

 

Psicología del hincha de fútbol.

Todo lo visto hasta aquí resumidamente nos lleva a las siguientes reflexiones.

El ser humano posee diversas facetas.

En su aspecto de hincha de fútbol expresa lo peor de sí. En el extremo están los ‘’barra bravas``.

A veces, el fanatismo no se exterioriza sino que se lleva por dentro. Un fanático no necesariamente revela externamente que lo es, o no lo hace durante todo el tiempo. Son casos raros, pero los hay. Hay fanáticos que saben disimular excelentemente su fanatismo. Hasta que aparece un hecho o un dicho desencadenante que le hace soltar su interior. A menudo, de manera explosiva.

En esa mentalidad, no sólo importa el laurel del bando al que se pertenece sino (y en ocasiones lo que más importa) es la derrota del enemigo. Es una guerra sin armas letales. Aparentemente inofensiva, pero que esconde sentimientos oscuros, turbios, y de los cuales ni la misma persona que los posee es con frecuencia consciente.

En el campo futbolístico, cuanto más ''cruenta'' y humillante es esa derrota (más goles se le hace al rival) más placentera psicológicamente para el hincha.

En el fútbol, los tantos semejan la cantidad de caídos o presos de guerra en el bando opuesto.

La burla, el sarcasmo y, muchas veces, hasta el insulto más soez al vencido, es otra fuente de inagotable placer.

Esto no equivale a decir que el simpatizante de un cuadro de fútbol sea un ser agresivo o despiadado. Lo que trato de describir son los efectos de una ideología (la nacionalista) proyectándose en las distintas facetas humanas. Algunas la receptan mejor que otras. Y donde se canaliza con mayor facilidad es en el fútbol que (como ya hemos demostrado) ha dejado de ser un deporte para transformarse en un negocio más, desde el mismo momento en que dejó de ser amateur y se profesionalizó.

No obstante, como en todo, hay grados. Hay hinchas de fútbol (me animo a decir una mayoría) que siguen viendo al fútbol como si fuera un deporte. Tengo muchos amigos de esta clase. Todos son excelentes personas y nos llevamos de maravillas. El ''truco'' es evitar hablar del tema, ya que implica emociones fuertes y no tiene caso despertarlas, porque donde entra la emoción se desplaza la razón. Hay con ellos muchos otros tópicos para departir y continuar con la amistad, sorteando choques innecesarios.

Por supuesto, el fanático seguirá sin dar crédito a mis palabras. Tratará de refutar mis dichos de mil formas diferentes. Al hacerlo es coherente con su fanatismo. Pero la idea no es confrontar sobre el tema sino simplemente y (como en tantos otros casos) exponer mi visión, la que, desde luego, es personal y falible. Es difícil decir esto cuando la mayoría de mis lectores provienen de un país donde el fútbol es una religión (cómo en feliz expresión lo pintara mi amigo el Dr. Alberto Mansueti).

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