Accion Humana

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Revista Digital

La salvación del país

 

Por Gabriel Boragina ©

 

Quien leyera este título en Argentina estará esperando ver a quien me estoy refiriendo. Es decir, a que persona concreta propondré como candidato para llevar a cabo la misión que encabeza esta nota. 

Pero, lamentablemente, mucho defraudaré al lector argentino promedio en esa vana esperanza. Porque no creo en los salvadores providenciales de la patria, como se presenta el actual jefe del partido gobernante.

Si, en cambio, creo que hay posibilidades de salvar al país de la debacle en la cual se encuentra inserto. ¿Cuál es mi fórmula? Volver a las instituciones fundadoras y respetarlas a rajatabla, sin importar quién o quiénes desempeñen sus funciones.

Desde que se ha desandado el camino trazado por la Constitución de la Nación Argentina en sus originarios textos del siglo XIX, paulatinamente, la Argentina entró en declive y -salvo brevísimos intervalos- continua su caída.

El menosprecio de esas instituciones que la hicieron grande, y su casi completo olvido (salvo cuando se acercan fechas electorales) denotan y revelan a las claras el sentir argentino y su forma de gobierno, donde lo que se elige en cada elección es un mandamás, que si no sirve para dar en ella esa percepción mesiánica para el votante, se lo desalojará del poder en el próximo acto electoral.

Es asi que se ha desarrollado la idea de un presidencialismo que, en los hechos, empequeñece el rol fundamental que cumplen los dos poderes restantes (legislativo y judicial).

Entonces, los debates acalorados pasan por otra parte. Por el hombre, el sujeto, el candidato. Si habría que calificar el régimen político argentino de alguna manera, cabria la expresión de presidencialismo personalista, donde lo relevante no son las instituciones ni los roles que asigna, sino el carácter, las posturas, los modales, los gestos y estilos del candidato. Y cuanto peores son estos más los valora la ciudadanía. Y asi se explica el porqué de la marcha a los tumbos del país.

No ha de creerse que la desvalorización por las instituciones solamente es responsabilidad de las clases populares.

Muchos profesionales participan también de ese sentimiento de desdén y minimización por ellas. No son pocos los economistas que no aprecian las instituciones como herramientas idóneas para la mejora económica.

Uno de los que más ha insistido en este punto ha sido el premio Nobel de economía Friedrich A. von Hayek, quien comprendió y enseñó el valor de las instituciones para la buena marcha económica de las naciones.

En el caso argentino, creo fundamental respetar al pie de la letra el texto constitucional que pone en manos del poder legislativo el manejo de la economía. De lo contrario sucede como hoy, que el control discrecional de la economía queda a cargo del poder ejecutivo, especialmente en manos de su titular y -en particular- de quien sea su ministro de economía.

Si bien el problema no es de ahora, habría sido una transformación extraordinaria que un gobierno (que se ufana de ‘’libertario’’) hubiera puesto las cosas en su lugar y no como ocurrió -y sigue sucediendo- el poder siga concentrado en estos dos funcionarios del Ejecutivo. En suma ¿cuál sería la diferencia con una dictadura ejercida por dos personas? ¿cómo es posible que el poder ejecutivo ponga o quite impuestos y tenga facultades, además, de cuántos y a cuánto ascenderá cada uno, cuando la Constitución Argentina dice que esto es atributo exclusivo del Congreso Nacional?

Si en Argentina no se revaloran las instituciones nunca saldrá de la crisis en la que se encuentra sumergida.

Esta si se trataría de una reforma estructural de fondo, aunque parezca mentira: la de recuperar el respeto por las instituciones, y comenzar a ejercerlas tal como las han diseñado los constituyentes originarios.

Pero, por desgracia, la última reforma constitucional, en lugar de ello refuerza la concentración de poder en el ejecutivo, y crea -paralelamente- figuras contradictorias consigo misma. Por citar un solo ejemplo, el de la coparticipación federal tributaria, que concentra en el poder central la forma de recaudar y distribuir tributos, cuando ello debería ser competencia exclusiva de las provincias, tal como lo decretaba la Constitución originaria.

En los hechos, esto convierte a la coparticipación federal en su contrario: una coparticipación antifederal.

Como dije tantas veces, que la Constitución Argentina otorgue facultades al poder ejecutivo para dictar decretos de necesidad y urgencia (DNU) no justifica que un gobierno que se autodenomina ‘’libertario’’ las ejerza, sino que, por el contrario, debería abstenerse de practicar esas atribuciones, que son claramente antiliberales.

Pero no es eso lo que ocurre en Argentina con el gobierno de LLA que, hasta el momento, se comporta (desde lo jurídicamente institucional) ni más ni menos como los gobiernos que le precedieron. No hay diferencias, excepto un cambio de discurso y de promesas que siguen sin cumplirse.

Uno de los ‘’ABC’’ de la economía de mercado es que cuando existe, los precios bajan y los salarios suben. Esto claramente no sucede en la Argentina, pese a lo que pregonan los fanáticos del poder. Y ya me he explayado sobre otras instituciones económicas liberales que, aunque se declaman desde la tribuna, no se observan ejecutarse en el país.

El mercado de cambios (en otro ejemplo) sigue tan controlado como antes. El famoso cepo (del que tanto se hablado hasta ahora) sólo es una modalidad de un espectro más amplio de diversas clases de controles de cambio.

Para que se dejara de hablar del tema, el gobierno anunció que se levantaría el cepo, lo cual duró muchísimo. Pero (suponiendo que se hubiera levantado) los efectos siguen siendo idénticos a cuando existía el cepo. La razón es muy sencilla para quien tenga nociones básicas de economía: no se ha liberado el mercado de cambios. De haber un mercado de cambios genuinamente libre no tendría razón de ser la existencia de un mercado oficial y otro paralelo, lo que es típico de las economías dirigidas o intervenidas, lo contrario a una economía liberal.

Y asi podríamos seguir. La esperanza de un cambio de rumbo es vana, porque las reformas estructurales no se hacen. Se recortan gastos en sectores que, simplemente. se trasladan a otros menos publicitados. Y como la publicidad y el periodismo manejan y manipulan buena parte de la opinión pública, muchos creen que todo está en orden cuando no es asi.

Recorrer barrios poblados numerosamente como el centro porteño, muestra a diario gente viviendo en las calles, locales vacíos (en venta o en alquiler perpetuamente) comercios que bajan sus persianas o cierran sus puertas, y un espectáculo de decadencia generalizado.

Los economistas oficialistas nos refutarán con sus números que no reflejan la realidad de lo que se ve y lo que no se ve (Bastiat).

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