Accion Humana

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Revista Digital

Una sociedad liberal

 


Por Gabriel Boragina ©

 

¿Es la sociedad argentina un sociedad liberal ? 

Si tenemos en cuenta y sumamos los últimos gobiernos ''democráticos'' argentinos y sus resultados podemos decir que rotundamente no, no lo es.

La UCR de Alfonsín fue un gobierno de signo socialdemócrata, es decir, económicamente intervencionista, que concluyó antes de completar su periodo con una hiperinflación fenomenal.

Le siguió el peronismo de Menem que comenzando con una gestión populista de centro izquierda devino en otra de centro derecha. Esto es:  tomó algunas cosas del liberalismo e inventó lo que quiso llamar ''economía popular de mercado''. Su logro más importante fue el de cierta estabilidad monetaria gracias a la actuación de un ministro de economía no peronista (Cavallo). Sin embargo, no se avanzó hacia un liberalismo pleno, y junto con unas pocas políticas de mercado convivieron otras contrarias al mismo.

El breve mandato de ‘’la Alianza’’ de De la Rua no aportó prácticamente nada y terminó en otra colosal crisis económica. Vino luego el matrimonio peronista Kirchner (K) con un fuerte populismo de izquierda que perduró largamente durante tres periodos. Siguió a ellos el PRO con Macri (visto como ''de derecha'') que dió cordura y moderación, pero no avanzó casi nada en medidas de mercado.

Volvió el peronismo ''K'' (izquierda centro), en la persona esta vez de Fernández, que retrocedió con medidas anti mercado y, concluido el lapso, hoy tenemos un gobierno que se autodesigna a si mismo ''libertario'', pero al momento, salvo proyectos vagos, contradictorios e incoherentes, no se avizora que vaya en esa dirección ''libertaria'' que perora sino a la inversa, ya que a menos de un mes de asumido pidió al Congreso que le confiera poderes absolutos (en violación al art. 29 de la Constitución de la Nación) y, lo más importante, en abierta contradicción a los principios libertarios.

Si los gobiernos son la viva expresión y fiel reflejo de sus electores, esta reseña demuestra una mezcolanza importante, pero en la sumatoria, podemos advertir una tendencia no liberal y -en momentos- decididamente antiliberal.

Estos datos, que son verdaderamente significativos, nos permiten concluir que, teniendo en cuenta tales antecedentes la sociedad argentina no es, decididamente, una sociedad liberal, por lo que difícilmente pueda llegar a un sistema liberal.

Cuando hablamos de un ''gobierno liberal'' no usamos la palabra ''gobierno'' en un sentido partidista. La denominación del partido poco cuenta, como demostró la experiencia menemista que, bajo el rótulo del Partido Justicialista, puede considerarse que fue el primer intento de los últimos decenios en implantar un gobierno liberal, aunque no con este nombre.

Utilizamos el vocablo ''gobierno'' englobando a todos los partidos y figuras que, en un periodo determinado, han gobernado el país. Cuanto más amplio sea ese plazo más significativa se torna la muestra, estadísticamente hablando.

Mas bien parece verificarse, no sólo en Argentina sino en toda la región, la alternancia que hemos observado en cuanto a gobiernos de izquierda y de derecha (ver nuestra nota Intentando explicar la bipolaridad política ).

Existe como una inclinación social a elegirse partidos de un carácter (izquierda o derecha) para uno o más periodos, y de la figura opuesta para sucederle en periodos subsiguientes cuando la sociedad considera ''agotado el modelo'' y cree haber llegado ‘’la hora’’ de su reemplazo por el contrario. Se cree que así se logra un equilibro político-económico a largo plazo, en el que las distintas fuerzas políticas se compensan entre si gobernando alternadamente.

Por ejemplo, en el caso de Chile, al gobierno de Bachelet (izquierda) le sucedió el de Piñera (derecha) y a este el de Boric (nuevamente izquierda). Es bastante probable que cuando la sociedad chilena considere agotado el modelo de este último vuelva al poder otro gobierno visualizado como ''de derecha''.

También fue el caso de Brasil. A los gobiernos de Lula y Rousseff (izquierda) sucedió el de Bolsonaro (derecha) y a este, nuevamente, otro de Lula.

Lo mismo se observó en Ecuador, Colombia, Perú, Paraguay, Uruguay y Bolivia en las últimas décadas.

La única excepción de la región es la de Venezuela, pero esto ocurre por la peculiar situación política dada allí, donde se consolidó una dictadura de izquierda con apariencia seudodemocrática, ya que cada tanto se simulan ''elecciones'' en las que formalmente se permiten participar a otras agrupaciones políticas pero, sin embargo, los resultados son, en última instancia, controlados y digitados por el aparato represivo ''bolivariano'' que detenta el poder y perpetúa la figura de Nicolas Maduro en el mismo, contando para tal fin con un amplio respaldo militar de las fuerzas armadas bolivarianas.

En el resto de los casos, varían los personajes y los nombres, pero las corrientes (entendidas popularmente como derecha, izquierda, centro) se mantienen, y se van rotando alternativamente una a otra cambiando de orientación, en una secuencia circular de izquierda → derecha → izquierda → derecha, etc.

Desde luego, existen diferencias y, a veces, profundas entre todos ellos, pero lo que interesa son las directrices y como las entiende la gente común, el ciudadano de la calle, o como también se dice el hombre ''de a pie'', es decir, dejamos fuera el caso del especialista en ciencia política o en derecho político.

La mentalidad común y corriente no entiende de sutilezas, y es proclive a simplificar conceptos intrínsecamente de mediana y aun baja complejidad, y unificarlos para poder comprenderlos y manejarlos de la manera más escueta posible.

Pero, antes y durante la primera práctica ''liberal'' en el gobierno de Menem (como en la presente), no se percibía que la gente común hubiera adherido entusiasta e intelectualmente al liberalismo. En aquella oportunidad, popularmente se apreciaron los beneficios de una relativa estabilidad monetaria y de precios luego de la feroz hiperinflación desatada en el gobierno alfonsinista jamás sufrida antes. La gente común sólo observó que el gobierno había controlado los precios y ya no subían, aun cuando no se entendía muy bien como lo había conseguido. De hecho, se interpretó como un éxito del gobierno y no del mercado.

En las charlas de sobremesa, las familias no se reunían a debatir las teorías de Menger, Böhm Bawerk, Mises, Hayek o Rothbard. Esos debates se hacían en reducidos y selectos claustros de altos estudios. La circunstancia posterior de un virulento regreso al populismo de izquierda haciendo tabla rasa con la convertibilidad, sin que nadie saliera en su defensa, demostró que de ninguna manera se había corrido ''el eje del debate'''.

Otro tanto ha sucedido ahora, en la última campaña electoral. Lo único que ‘’entendió’’ el grueso del electorado no académico, que sólo un candidato proponía dolarizar la economía, y ese electorado entonces evocó los tiempos de Menem, donde la gente decía que un peso ‘’valía’’ un dólar y que ‘’no había’’ inflación gracias a eso. Lejos estuvo y está el pueblo de los pormenores y vericuetos de la Escuela Austriaca de Economía.

 

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