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Los liberales y el poder

 


Por Gabriel Boragina ©

 

Una cuestión que analice no pocas veces es la del liberalismo y el poder. Me he dado cuenta que no resulta sencillo explicar que se trata de una relación antagónica, por ser dos términos que son casi antónimos.

La dificultad reside en la cantidad de precisiones terminológicas que hay que hacer, sobre todo en cuanto al significado y el alcance del poder. Le hemos dedicado una obra al tema. [1]

El poder aquí lo entendemos como la capacidad o potencialidad para hacer algo.

En tal sentido, todos tenemos poder de hacer ciertas cosas sobre nosotros o sobre otros. El poder liberal lo entendemos en el primer significado.

El liberalismo reconoce a todos la potencialidad de hacer lo que puedan o lo que quieran sobre sus propias personas, o aquellas otras con las que podamos ponernos de acuerdo en llevar a cabo algunos actos, siempre y cuando no perjudiquen a terceros. En tal sentido, cabe hablar de un poder de asociación con otros para multiplicar esfuerzos, siempre que el método de hacerlo sea libre y voluntario.

El liberal no admite otro tipo de poder que no sea este. Por ende, rechaza el poder que se pretenda ejercer sobre nuestras propias personas o sobre otras distintas que no hayan consentido tal intromisión.

Una persona puede aceptar someterse voluntariamente al poder de otro u otros, pero este poder sólo entra en la esfera del liberalismo siempre que sea voluntario y no a la inversa Por ello, en el último caso, el liberalismo es la antítesis de la esclavitud.

El poder involucra imposición, y la única que el liberalismo reconoce es la del ejercicio de esa imposición sobre la propia persona y sus decisiones, no sobre otras.

Lo contrario está representado por la teoría de la representación política, por la cual se otorga un mandato a un tercero para que administre lo que se ha dado en denominar un patrimonio ''publico'' que, en realidad, consiste en darle una cuota del poder personal que cada uno tiene sobre lo suyo propio para que ese tercero lo ejerza sobre lo que otros poseen. Claramente -al menos para mi- el otorgamiento de ese tipo de poder es antiliberal.

Un liberal no puede ser obligado a ceder ninguna parte de su poder personal a otro, porque -en tal caso- dejaría de ser liberal y pasaría a ser un mero esclavo. Y en el supuesto inverso, cualquier individuo que pretendiera practicar parte o todo de su poder personal sobre otro (uno o muchos) dejaría de ser liberal, y pasaría a ser su antítesis: un antiliberal, al que podemos definir como aquel que aspira aplicar un poder propio o delegado sobre terceros.

De allí que, el liberal es en su esencia (desde que empecé a estudiar al liberalismo siempre lo he entendido así) una crítica a ese poder en sus fases activa y pasiva, o sea cuando ese poder se quiere proyectar sobre otros o se permite que el poder de otros se programe y se imponga sobre el nuestro.

El poder liberal, entonces, encuentra sus propios límites en la persona que lo posee y lo ejerce para consigo misma y para con nadie más. Si ese poder liberal excede tal esfera, deja de ser liberal y pasa a ser antiliberal. No hay una tercera posibilidad. No existe un poder semiliberal.

Esto implica y explica, a la vez, la contradicción de hablar de un ''poder político liberal'' porque la confluencia de estos tres términos supone una nítida contradicción entre ellos.

Hemos señalado, en esta línea, entonces, que cualquier acto político que un supuesto líder, jefe, referente, candidato o director político ''liberal'' pretendiera ejercer sobre otros lo descalificaría de inmediato como ''liberal'' y lo convertiría (en el acto mismo de la imposición) en antiliberal.

En esa misma dirección, un hipotético ''gobierno liberal'' encontraría como única función la de proteger las libertades ajenas y, paradójicamente, no cabría llamarlo ''gobierno'', porque en realidad no tendría a nadie a quien ‘’gobernar’’. Sólo intervendría cuando alguien intentara desconocer la propiedad (como entiendo propiedad, en su sentido más amplio posible) en la que todo individuo es propietario de su libertad.

Por eso mismo, fue el genial Ludwig von Mises el que dijo que un gobierno liberal era una contradicción en términos. Y no nos cansamos de citarlo.

Y en esa célebre y profética sentencia del autor austriaco podemos explicar, de alguna manera, el fracaso de todos los intentos de ''gobiernos liberales'' en la historia pasada y reciente. La tentación autoritaria de poder y su acumulación, más tarde o más temprano, incluso de los políticos más liberales posible y de mejor voluntad, frustran cualquier proyecto liberal. [2] ¿Qué decir entonces de los actuales políticos ''liberales'' que aparecen públicamente asociándose con otros de reconocida trayectoria antiliberal?. ¿Podemos creerles? Naturalmente que no.

El poder colectivo es claramente antiliberal.

Ludwig von Mises ha señalado en la misma obra citada que, sólo la opinión pública unánime podría obligar a un gobierno (de cualquier signo) liberalizar, porque de motu propio jamás lo haría.

No se refería a la opinión pública expresada en las urnas, porque no suele ser unánime o, si lo fuera, no necesariamente la limita al voto, sino que la entendía como aquella otra que se manifestaba en todos los actos de la vida cívica, es decir, unánime no sólo en el número de personas sino, y por, sobre todo, en el tiempo.

Fórmula amplísima que incluía, claro está, la educación. Sería un error grave creer que esa opinión pública se limitara a la que cada 4 (o menos) años se exterioriza por medio del voto. Maxime en países, o regiones, donde no existen fuertes tradiciones democráticas, como ocurre en nuestras latitudes.

Lo anterior, da a entender que se piensa en una tradición que está madura como sociedad liberal o casi en ese punto, aunque aún no se haya llegado cien por ciento a ella. Y no parece ser el caso (ni mucho menos) de Latinoamérica a la luz de los resultados electorales de las últimas décadas, donde gobiernos populistas de izquierda suceden a otros populistas de derecha.

Se necesita de una cultura liberal que se manifieste amplia y constantemente en todos los campos del quehacer humano, y no sólo el político como sociedades fuertemente politizadas como también las nuestras creen limitadamente. .

 



[1] Ver nuestra obra Acerca el poder

[2] Lo citamos en esta nota El líder liberal

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