Por Gabriel Boragina ©
‘’Después de todo, quien se queda con un bien importado habrá producido algo que economizó o que generó una divisa. No está tomando algo que pertenece a "la sociedad", pues es la persona misma quien indirectamente con su trabajo paga por (o produce) las divisas necesarias para importar’’[1]
El razonamiento es correcto, y es idéntico si lo trasladamos al plano local. Quien retiene un producto que adquirió en el comercio local es porque con su trabajo o con o una producción propia (manual o intelectual) generó el dinero necesario para poder comprarlo.
No hay diferencia alguna si, en lugar de importado decimos simplemente comprado, ya que -como bien explica el autor- es totalmente indiferente el lugar donde se lo compró.
Si compro un libro es simplemente una cuestión terminológica que por haberlo comprado en Chile se diga que lo importé. Al final del camino lo tengo porque lo compré, no importa dónde. Sí, es relevante la distinción sólo para el gobierno y su fisco, ya que según sea importado o no le aplicará tasas, aranceles y otros tributos.
‘’La competencia de importaciones más baratas ciertamente afecta a los productores locales, obligándolos a cambiar, abandonar actividades e incluso dejar de lado activos productivos que se tornan obsoletos. Pero esos cambios no son evitables si se desea progresar, porque el cambio es inherente al progreso’’[2]
El cambio es inherente al progreso, pero también al retroceso. Decimos esto porque, Marx sostenía que el cambio siempre era ‘’progresista’’, y ese ‘’progresismo’’ él lo creía representado por la suicidad socialista. Lo cierto es que, su admonición fatalista no fue confirmada por el devenir de la historia, que él creyó y quiso anticipar, pero aun así, fueron sus ideas las que estancaron a muchos países y provocaron dos tremendas guerras mundiales en el siglo XX que por su horror difícilmente se borrarán de la memoria histórica.
El cambio verdaderamente progresista es fruto de las ideas correctas, no del socialismo.
‘’No existe el progreso sin cambio. Esto sucede todos los días cuando las computadoras dejan sin empleo a miles de contadores. Así también las nuevas fibras plásticas desplazaron a muchos algodoneros; el motor de combustión desplazó a las carretas; la electricidad desplazó a las candelas y a la fuerza animal; los puentes desplazaron a los lancheros; los teléfonos a los mensajeros, el petróleo al aceite vegetal y animal, los robots a algunos trabajadores... En fin, si se hubiera impedido el cambio en la Edad de Piedra, todavía viviríamos en las cavernas’’[3]
Hay varios tipos de cambio de los cuales, de momento, nos interesan dos: el espontáneo y el provocado. El primero es el que sucede en el mercado libre. El segundo el originado en medidas políticas.
El autor que comentamos se refiere al primero que, por sus efectos beneficiosos en el largo plazo, podríamos llamar positivo. El segundo (que por ahora nuestro autor no menciona) podemos denominarlo negativo, por cuanto en forma inversa que el primero tiene efectos negativos sobre la sociedad.
Inevitablemente, las leyes del gobierno producen repartos. Esos repartos benefician a unos a costa de otros y, en el tiempo, perjudican a todos, por cuanto desembocan en crisis social, porque lo que se llama ‘’producto social’’ baja.
Históricamente (y al menos en el plano tecnológico) el primero se ha venido imponiendo sobre el segundo. La inventiva y la innovación, por ahora, van ganando la batalla contra el retraso y el estancamiento estatal.
‘’Afortunadamente, cuando el Gobierno no impide que los cambios sean oportunos, éstos no ocurren simultáneamente, sino en forma dispersa en tiempo y lugar, y al margen, permitiendo así una adaptación gradual y evolutiva y no de "shock". ’’[4]
Son asincrónicos. Pero, por desgracia, los gobiernos obstaculizan mucho los cambios naturales de la sociedad, y los contrarrestan con medidas y leyes que -como dijimos antes- benefician a unos a costa del perjuicio de los demás. Son cambios provocados y artificiales.
Hablamos muchas veces –como el lector fiel bien sabe- del caso de la legislación argentina que es el que (por profesión) conocemos de primera mano, donde la proliferación de leyes, decretos y normas de todo tipo y color, se dictan en favor de ciertos colectivos y en detrimento de otros, perjudicando a todos.
‘’El daño que causa a los competidores la libertad de comerciar es tan inevitable como los daños mencionados en el párrafo anterior. Sin embargo, el progreso también convendrá luego a los competidores, pues vivirán en un mundo más próspero, haciendo quizá otras cosas’’[5]
El ejemplo típico es el de la informática, que desplazó a los fabricantes y vendedores de máquinas de escribir dejando sin empleo a toda la gente que trabajaba en esa industria, pero que sin embargo creó ciento de miles de puesto de trabajo en lo que hoy se conoce como el mundo informático, y quienes se adaptaron a esos cambios consiguieron nuevas oportunidades de trabajo.
Lógicamente existen quienes anquilosados se resisten al cambo (cualquiera que sea) y en esa medida les irá mal, y se seguirán quejando y lamentando en vano, porque el mundo no se adaptará a ellos sino a la inversa.
‘’La adaptación al progreso, es decir, el cambio, es una parte inherente del proceso creador de riqueza’’[6]
Llevo tiempo pensando que el progreso es un impulso natural y -como creyente- divino, y que no es casual que una fuerza haya impelido a la humanidad a salir de las cavernas y habitar hoy las modernas ciudades con sus confortabilidades. Es un mandato divino que, el hombre, merced al libre albedrío que Dios le ha otorgado, no siempre ha cumplido. Pero, por supuesto, esta es una convicción personal que no necesariamente puede ser compartida por el lector. Valga sólo como intima persuasión.
[1] Manuel F. Ayau Cordón Un juego que no suma cero La lógica del intercambio y los derechos de propiedad Biblioteca Ludwig von Mises. Universidad Francisco Marroquín. Edición. ISBN: 99922-50-03-8. Centro de Estudios Económico-Sociales. Impreso en Guatemala. Pág. 52/53
[2] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 53
[3] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 53
[4] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 53
[5] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 53
[6] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 54
No hay comentarios.:
Publicar un comentario