Accion Humana

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Revista Digital

Al borde del abismo

 


Por Gabriel Boragina ©

 

El resultado de las elecciones argentinas parece confirmar nuestra tesis de los ciclos ''izquierda-derecha''.

Aunque expusimos en detalle de que se trata en artículos y libros, resumimos diciendo que observamos una suerte de recurrencia sucesiva, por la cual a un gobierno de ‘’izquierda’’ le sucede otro de ‘’derecha’’ para luego repetirse en inversa el mismo ciclo, dando lugar el de derecha al de izquierda.

Esto es significativamente observable en los últimos tiempos, sobre todo en Latinoamérica.

En Argentina las opciones para el ballotage eran las mismas.

Recordemos que los vocablos izquierda-derecha los usamos no como términos técnicos políticos sino como los utiliza el vulgo, vagamente, sin mayores distinciones, y sin rigor académico alguno.

En Argentina, el gobierno del ‘’Frente para Todos’’ o ‘’Unión por la Patria’’ (dos de las tantas denominaciones que adoptan las sectas en que se divide el peronismo) deja el lugar al que vendrá, de ''La libertad avanza'' (LLA) rótulo tan engañoso como el de los primeros, ya que, ni el ''Frente'' fue para ''Todos'' ni la ‘’Unión’’ fue de la ‘’patria’’, ni tampoco la ''libertad'', que se dice que ''avanza'' ´(y tampoco se sabe hacia donde porque, dada la situación, parece que lo hace hacia el abismo). Pero la política sin eslogan no sería política, y los rótulos, en realidad, nunca dijeron nada.

Este ciclo de izquierda/derecha es, a nuestro juicio, una de las mayores desgracias y causas del atraso recurrente de los países de la región que, por el mismo, nunca terminan de despegar.

Es que, por poseer consignas antagónicas el gobierno de derecha trata de destruir lo hecho por el de izquierda y comenzar todo desde cero, y otro tanto sucede cuando es al de izquierda al que le toca gobernar. Es claramente un círculo vicioso y la explicación del estancamiento que desde hace décadas vive la región en relación al resto de mundo civilizado.

Resulta claro que si un gobierno no capitaliza los logros (pocos, medianos o muchos) del que le precedió y cree que tiene que comenzar nuevamente la obra demoliendo lo construido hasta la base, y echar nuevos cimientos, no es difícil entender que el edificio proyectado nunca terminará de ser concluido. Y es esto lo que le sucede a la Argentina desde hace tiempo hasta ahora.

La duda es cual será el potencial de destrucción de cada gobierno. Porque en cada demolición, no solamente se destruye lo hecho por el anterior constructor sino también por los precedentes, entre los cuales los habrá tanto de izquierda como de derecha. Es decir, incluso del mismo signo de los que al momento están demoliendo o se proponen hacerlo en lo inmediato.

Y no se distingue entre lo bueno y lo malo sino que el punto de distinción es quién lo hizo, y no qué se hizo, ni cómo se hizo.

Los políticos son conscientes de este ciclo, y los desmotiva el hecho que el que venga después de ellos vaya a destruir lo realizado por su gestión. Por ello, no se esmeran demasiado en la obra y, por lo tanto, suelen quedarse en el proyecto a medio realizar en el mejor de los casos. En el ínterin, y previendo que en la próxima elección sean desplazados nuevamente del poder, tratan de obtener para ellos (todo el equipo de constructores, ingenieros, arquitectos, maestros mayores de obras, capataces, albañiles, obreros, etc.) todo el rédito personal posible o, en su caso, el mayor posible.

Esa falta de continuidad de las políticas de largo plazo, impide la formulación de proyectos a gran escala que requieren de persistencia, paciencia y permanente elaboración, la que, indudablemente, necesita de tiempo e inversión de capitales humanos y tecnológicos que el continuo cambio de signo ideológico impide.

Es como una persona que no termina de madurar, y por ello no puede decidir que carrera emprender para su futuro. Y, por lo tanto, queda siempre estancada en el mismo lugar. Eso le sucede en grandes rasgos a Latinoamérica, y es muy acusado en Argentina desde hace decenios.

En el caso argentino, la cuestión se complica más aun, porque el jefe del partido electo padece de severos trastornos mentales que se patentizan en sus numerosas intervenciones públicas y que lo hacen una persona completamente inepta psicológicamente para el poder. 

Sus inclinaciones autoritarias podrían ser parte de esas perturbaciones pero, como fuera, lo que interesa -en la faz política- es el desacierto de su elección por, entre otras razones, las gravísimas consecuencias sociales y políticas que, una mente en esas tremendas condiciones, podría acarrear.

A esto se le agregan las inclinaciones cuasi fascistas de sus seguidores, verdaderos fanáticos violentos que amenazan e intimidan a todos aquellos que no rindan culto mesiánico a su jefe absoluto.

Esto marca un rasgo sociológico notable y un paralelo ineludible, por cuanto, Argentina ya soportó un largo gobierno de una mujer que exhibía los mismos rasgos patológicos que el candidato recientemente electo. Formaron parte de sus numerosos y graves delirios el considerarse a sí misma una arquitecta egipcia reencarnada, y en otras ocasiones creerse digna de un temor como el que se le debe a Dios, aunque sólo un poco menos (agregado tardíamente y quizás en un rapto de lucidez).

Siempre sostuvimos que las personas que llegan al poder son fiel reflejo de las que las eligen. Es decir, el resultado de una elección no es más que el espejo donde los que eligen se ven reflejados. Y uno siempre elige lo que se le parece, y si fuera exactamente igual a él o ella, tanto más motivo para ser elegido.

A su turno, las patologías mentales (como la historia política se encarga de mostrar) han sido frecuentes en los dictadores más conocidos y crueles de la historia.

Es que, el poder potencia los trastornos psicológicos de quienes lo detentan, y eso los torna doblemente peligrosos porque el psicópata, de esa manera, se ve a sí mismo sin límite alguno para llevar adelante su voluntad omnímoda.

Lo que viene es muy incierto, y muy triste.

 

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