Por
Gabriel Boragina ©
La asociación común entre mercado y dirigismo es tan extendida que no han sido pocas las ocasiones en
las que la gente escasamente informada (y menos formada)
ha confundido programas político-económicos con medidas de libre mercado o –como usualmente aun se les llama-
"liberales". En Argentina, esta falsa vinculación es harto frecuente.
Son habituales las referencias al gobierno militar habido entre 1976 y 1983 como
"liberal" o "neoliberal". Hasta el día de hoy, una gran pléyade
de ignorantes lo sigue rotulando de dicho modo. Pero lo cierto es que, la
realidad de aquel periodo fue muy diferente a la de cómo nos la enseñaron
después. Para demostrarlo, basta examinar cual fue la política económica seguida
por el ministro de economía de aquella época, el Dr. José Alfredo Martínez de Hoz:
"El Dr.
Martínez de Hoz, que se definió a sí mismo como "pragmático",
"gradualista" y no comprometido con las ideologías
"manchesterianas o del laissez-faire", y sí solamente con sus propias
convicciones, desarrolló bajo apariencias de "economía libre", una
acentuada política "dirigista", aunque de nuevo cuño. Recurrió más a
controles indirectos utilizando mecanismos del mercado, que a controles
directos orientados a interferir el funcionamiento de éste. Aplicó, a partir de
fines de 1978, métodos derivados del "enfoque monetario del balance de
pagos", practicando un "dirigismo" sui-géneris, con controles
directos sobre las inversiones, el mercado de cambios y el laboral. Permitió el
sobredimensionamiento del Estado y de las empresas estatales, financiándolo con
endeudamiento externo. La deuda argentina pasó de 9.000 millones de dólares en
marzo de 1976 a 29.000 millones de dólares al término de la gestión Martínez de
Hoz, quedando pendientes en el momento de su retiro situaciones que, por efecto
de arrastre, habrían de elevarla considerablemente durante el período
posterior."[1]
Pretender que
lo anterior fue una política de "libre mercado" o "liberal"
resulta, entonces, en un despropósito total, fruto de mala fe o de ignorancia (en
el mejor de los supuestos), aunque -a veces- estos dos últimos factores se
combinan, lo que es el caso del ignorante de mala fe, aquel que sabe que ignora
pero no quiere confesarlo, ni quiere tampoco salir de su ignorancia. Esta
última categoría de sujetos, suele "dar cátedra" acerca de lo que
ignora, no con ánimo de convencer al contendiente, sino –la mayor parte de las
veces- con la intención de vencerlo, cansarlo, desalentarlo o -simplemente-
tratar de hacerle perder la paciencia. El ignorante de mala fe suele ser el
típico fanático, el intransigente, el que se niega a ver la realidad o, al
menos, conocer puntos de vista disimiles al suyo propio, rehúsa evaluar otras
opiniones, es intolerante, obcecado y -con frecuencia- ofuscado cuando se le exhibe
la menor objeción a sus palabras.
Sin duda,
muchas veces, son los mismos dirigentes políticos lo que explotan la ignorancia
económica de la gente, y tildan a sus programas económicos con etiquetas que no
los representan. Este no sólo es el caso mencionado en la cita anterior, sino
que se ha dado y se sigue dando en muchas épocas y en tantas otras partes del
mundo.
El genuino liberalismo se configura de
otra manera, muy disímil a la que sus críticos suponen. Sus bases reposan en
quién o en quiénes depositan su confianza los ciudadanos:
"Si se
confía más en el juicio de varios que en el juicio de uno solo, como se dijo,
necesariamente se concluye que existe confianza en los ciudadanos. Se piensa
que los ciudadanos tienen las habilidades y la razón suficiente como para
actuar y decidir. Esto significa la negación absoluta de escuelas políticas
como el nazismo, el comunismo y el dirigismo estatal, que colocan todo el poder
de la sociedad en una élite que niega las habilidades del resto de los
ciudadanos. La única posible justificación del intervencionismo es suponer que
los juicios y las capacidades racionales de los ciudadanos son inferiores a los
de los gobernantes."[2]
Esta es precisamente la clave de la
cuestión, y lo que diferencia al mercado liberal del mercado dirigido. El libre
mercado se basa en la mutua confianza de las personas, es la sociedad interactuando
consigo misma en absoluta libertad, sin directores ni dirigentes que le digan a
la gente que es "lo mejor" o lo "más conveniente" para ella
misma. El mercado dirigido o intervenido es su perfecta antítesis. Por otra
parte, una sociedad libre, siente una natural –a veces sutil, y, en otras
ocasiones, profunda- desconfianza hacia sus dirigentes políticos. Hoy en día,
es bastante extraño encontrar este último tipo de sociedades. Algunos más, otros
menos, el mundo ha llegado a un punto donde -al igual que en la antigüedad
preindustrial- los pueblos parecen volcarse decididamente a confiar sus
destinos a élites gobernantes.
Uno de los efectos más dañinos del dirigismo
-como contrario al liberalismo- han sido y siguen siendo los préstamos intergubernamentales,
tan populares y aceptados hoy en día. Pero:
"En resumen, la ayuda exterior de
gobierno a gobierno fomenta el estatismo, el dirigismo, el socialismo, la
dependencia, la pauperización, la ineficacia y el despilfarro. Prolonga la
pobreza que pretende remediar. En cambio, la inversión voluntaria de los
particulares en la empresa privada promueve el capitalismo, la producción, la
independencia y la confianza en sí mismo. Las grandes naciones industriales de
todo el mundo recibieron en otro tiempo ayuda mediante la atracción de la inversión
privada extranjera. La propia Norteamérica fue ayudada por el capital
británico, en la segunda mitad del siglo XIX, para construir sus ferrocarriles
y explotar sus grandes recursos naturales. Así es como las zonas del mundo
todavía "subdesarrolladas" pueden hoy recibir ayuda en la forma más
eficaz para desarrollar sus grandes potencialidades y elevar el nivel de vida
de sus masas."[3]
[1] Robert L.
Schuettinger - Eamonn F. Butler. 4000 AÑOS DE CONTROL DE
PRECIOS Y SALARIOS Cómo no combatir la inflación Prólogo por David L. Meiselman. Primera
Edición The Heritage Foundation. Editorial Atlántida - Buenos Aires Pág. 251
[2]
Eduardo
García Gaspar. Ideas en Economía, Política, Cultura. Parte I: Economía.
Contrapeso.info 2007. pág. 45
[3]
Henry
Hazlitt. La conquista de la pobreza.
Unión Editorial, S. A. Pág. 196
No hay comentarios.:
Publicar un comentario