Por Gabriel Boragina
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Que el sistema económico actual a nivel mundial es el
capitalismo de libre mercado, es algo que resulta habitual escuchar y leer en
casi todas partes, y -en verdad- existen muy pero muy pocas personas que dudan
de ello. Y esto, no sólo considerando la gente común y corriente, sino importantes
profesionales, de prácticamente todos los campos de las ciencias, incluyendo a
varios premios nobel también de todas
las ramas del saber, involucrando, por supuesto, la economía.
Correlativamente con esta idea, también existe la
convicción (entre el mismo grupo de personas) que el libre comercio es la regla actual en el mundo económico
internacional, atribuyéndose a aquel capitalismo y a este libre comercio
exterior la causa de la pobreza.
"Esta visión
peculiar del comercio exterior procede en gran medida de la versión
mercantilista, especialmente aquel razonamiento que se conoce con el nombre de
“el Dogma Montaigne” el cual sostiene que la pobreza de los pobres es
consecuencia de la riqueza de los ricos. Montaigne analizaba el lado monetario
de las transacciones. De este modo se imaginaba que si alguien vende una silla
y obtiene cien pesos, el vendedor ha aumentado su patrimonio por esa suma
mientras que el comprador lo ha reducido por el mismo monto. Desde luego que
con este razonamiento se pierde el lado no monetario de la transacción y
también se pierde de vista que en toda transacción libre y voluntaria ambas
partes ganan. Si el comprador de la silla realizó la transacción es porque para
él los cien pesos tienen un valor menor que la silla que obtuvo a cambio y lo
mismo ocurre en la dirección opuesta con el vendedor. Pero del Dogma Montaigne
surge el deseo morboso de acumular divisas como si la situación de caja y
bancos y la correspondiente liquidez reflejara solidez patrimonial. Cualquiera
que haya estudiado introducción a la contabilidad sabe que las riquezas y
pobrezas relativas se miden en base a los patrimonios netos y no a la
disponibilidad de efectivo."[1]
En la enorme popularidad del dogma en cuestión (que en
su hora no fue cuestionado, y que por tal motivo se lo bautizó como dogma precisamente) encontramos el
origen remoto de la justificación teórica que diera -mucho mas tarde- pie al socialismo
y al intervencionismo económico más generalizado a horizonte planetario. No
existe mejor prueba del éxito del dogma en cuestión que observar lo extendido
que está en las naciones la tendencia de los gobiernos a interferir en los
asuntos económicos y a restringir las transacciones, ya no solamente
internacionales sino también en el ámbito interno.
"Vale la pena
detenerse en una cita de Robert Lekachman en la que describe el significado del
mercantilismo:
Colbert, el más
grande de los mercantilistas franceses del siglo XVII, dio forma a numerosos
controles, profusamente detallados sobre los productos manufacturados. Colbert
buscaba la uniformidad nacional de los artículos elaborados [...] sus
reglamentaciones eran meticulosas y minuciosas. Los decretos para el período
1666-1730 ocuparon cuatro volúmenes, totalizando 2.100 páginas. Le dieron aun
mayor vigor tres suplementos aparecidos posteriormente, casi tan substanciales
como los anteriores. La observancia de estas leyes era una constante
preocupación. El intendente, el representante del Rey en cada distrito, era el
responsable de la obediencia de los fabricantes y comerciantes. Por lo tanto,
sus funcionarios realizaban periódicas es imprevistas inspecciones. Cuando
encontraban que un género, en cualquiera de sus etapas de elaboración, no
estaba encuadrado dentro de las especificaciones, estaban facultados a aplicar
el castigo correspondiente que, por lo general, era una cantidad establecida de
azotes [...][2]
El paralelismo -a la luz de la cita anterior- con nuestra época
es asombroso. Parece al respecto que nada hubiera cambiado. Incluso a los
argentinos evoca la memoria del ex secretario de comercio interior, el
peronista Guillermo Moreno, funcionario del FpV de los Kirchner, cuyas
pretensiones y acciones –salvando las diferencias de épocas- eran usualmente
análogas a las de Colbert. Pero es de justicia decir que no sólo Colbert y
Moreno procedieron de manera similar, sino que habitualmente la mayoría de los
funcionarios que se hacen cargo de las carteras de economía en el plano nacional
siguen políticas similares, lo que permite ver la vigencia del dogma Montaigne
en el tiempo desde aquel lejano siglo XVI hasta nuestros días, constituyendo una
nueva prueba de cómo extendidos errores perduran a lo largo de los siglos y
resisten al tiempo. Claro que, ya no se estila aplicar azotes a quienes tratan
de vivir honestamente del fruto de su trabajo, aun cuando funcionarios como el
mentado Moreno hubieran compartido de muy buen agrado esa pena u otras peores.
Hoy en día, los que "osan" querer comerciar sin trabas burocráticas
son sancionados con impuestos, multas, confiscaciones y, en no pocos casos, condenas
de prisión.
"En el siglo
XVII, la primera reacción sistemática contra el prevalente mercantilismo fue la
fisiocracia. Como es sabido, el mercantilismo consiste en la insidiosa
intromisión gubernamental en los negocios privados. Constituye el aspecto
medular de esta corriente de pensamiento el establecimiento de precios máximos,
monopolios estatales, permisos para comerciar, la imposición de carnets para
agremiarse y la manía de controlar el comercio exterior suponiendo que es bueno
exportar y malo importar. Los comerciantes pedían que se deje hacer
(laissez-faire) a las actividades lícitas. Era un grito de libertad y un pedido
angustioso a las autoridades para que no se entrometan en el comercio libre. Cada
vez que los gobernantes arremeten contra la capacidad creativa y la producción
de bienes y servicios se repite el pedido de laissez-faire, aunque no se
recurra textualmente a esa expresión francesa."[3]
No cabe duda -a la luz de esta cita- que el sistema económico
actual -no sólo en Argentina sino a nivel global- es de este tipo, es decir, mercantilista.
Como tampoco existe ningún margen de error cuando afirmamos que el
mercantilismo no tiene puntos de contacto con el liberalismo ni con el
capitalismo.
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