Por
Gabriel Boragina ©
La prédica antiliberal y anticapitalista
que campea por doquier siempre ha contribuido a generar una profunda confusión
entre tres conceptos que son clave para poder entender correctamente cómo
funciona la economía. El rol y la complementariedad existente entre el mercado,
la competencia y la propiedad han sido tergiversados de continuo por los
sistemas intervencionistas y dirigistas del mundo, por lo que será de interés remarcar
su importancia.
"El mercado es
como un plebiscito diario en el que la gente decide comprar o abstenerse de
hacerlo, con lo que va estableciendo precios. Estos precios hacen de indicadores,
precisamente para asignar los siempre escasos recursos a fines prioritarios.
Quienes aciertan en el gusto de la gente incrementan sus patrimonios, quienes
no lo hacen incurren en quebrantos y, por tanto, vía el cuadro de resultados, transfieren
la propiedad a otras manos que puedan más eficientemente atender los requerimientos
del público consumidor. Los precios van indicando, entonces, qué áreas o qué
campos resultan más atractivos y cuáles no cuentan con el respaldo suficiente
por parte de la gente."[1]
La condición para que el mercado produzca los
resultados señalados en la cita, es que el mismo sea libre. Hoy en día, la
mayoría de los mercados están intervenidos por los gobiernos, por lo que el
sistema de precios sufre constantes y permanentes distorsiones que hacen que
los efectos citados precedentemente no se vean cumplidos de la manera que allí
se indica. El control del mercado por parte de los gobiernos afecta negativamente
-y en forma directa- la competencia, que tampoco –de esta manera- es "libre".
La interferencia estatal por vía de controles de precios o de cualquier otro modo,
lo que produce es una alteración en los indicadores que (antes de la intrusión)
orientaban correctamente a los productores adónde invertir y adónde no. Tales guías
son precisamente los precios.
"Hay,.... ámbitos
donde, evidentemente, las disposiciones legales no pueden crear la principal
condición en que descansa la utilidad del sistema de la competencia y de la
propiedad privada: que consiste en que el propietario se beneficie de todos los
servicios útiles rendidos por su propiedad y sufra todos los perjuicios que de
su uso resulten a otros. Allí donde, por ejemplo, es imposible hacer que el
disfrute de ciertos servicios dependa del pago de un precio, la competencia no
producirá estos servicios; y el sistema de los precios resulta igualmente
ineficaz cuando el daño causado a otros por ciertos usos de la propiedad no
puede efectivamente cargarse al poseedor de ésta."[2]
En otras palabras: si no existe competencia ni propiedad
privada, lo que se produce de hecho es la desaparición de la responsabilidad
personal e individual del que -de otro modo- debería ser propietario. Viene a
la mente "la teoría de los bienes públicos" que precisamente tiene
este mismo efecto, en el que nadie es ni responsable ni beneficiario individual
de nada, con lo cual resulta un incentivo para el uso y despilfarro de los
recursos sujetos a tal régimen de propiedad colectiva. Fuera de este caso, no visualizamos
otro campo donde sea "imposible hacer que el disfrute de ciertos servicios
dependa del pago de un precio" excepto el de los bienes libres, es decir
–en términos de C. Menger- bienes no económicos. La otra situación es allí
donde el gobierno prohíba directamente la competencia de tal suerte que –naturalmente-
ante tal imposibilidad no aparecerán precios ni, por consiguiente, servicios
algunos de los cuales beneficiarse.
"El conflicto
entre la justicia formal y la igualdad formal ante la ley, por una parte, y los
intentos de realizar diversos ideales de justicia sustantiva y de igualdad, por
otra, explica también la extendida confusión acerca del concepto de
«privilegio» y el consiguiente abuso de este concepto. Mencionaremos sólo el
más importante ejemplo de tal abuso: la aplicación del término privilegio a la
propiedad como tal. Sería en verdad privilegio si, por ejemplo, como fue a
veces el caso en el pasado, la propiedad de la tierra se reservase para los
miembros de la nobleza. Y es privilegio si, como ocurre ahora, el derecho a
producir o vender alguna determinada cosa le está reservado a alguien en particular
designado por la autoridad. Pero llamar privilegio a la propiedad privada como
tal, que todos pueden adquirir bajo las mismas leyes, porque sólo algunos
puedan lograr adquirirla, es privar de su significado a la palabra
privilegio"[3]
Resulta claro, entonces, que un privilegio solo puede
ser otorgado por una autoridad estatal y deviene en la concesión de un
beneficio exclusivo, ya sea para una persona o un grupo de ellas, de donde por
necesidad se excluye al resto de la sociedad tomada como conjunto. Esto tiene
una rigurosa actualidad, ya que, lejos de vivir en una sociedad liberal o
capitalista, estamos en su antítesis, o sea una sociedad de castas privilegiadas.
Las leyes modernas tienden cada vez más a restringir el uso y disposición de la propiedad,
especialmente por vías tributarias o fiscales, pero también de otras formas en
que los gobiernos atacan los mercados y los reducen, para convertirlos en cotos
de caza de determinados pseudo-empresarios que cumplen el mismo rol –actualmente-
que desempeñaban los cortesanos en la época de las monarquías absolutas.
Doctrinas erróneas y perniciosas, como la ya analizada tantas veces de la
"justicia social", son las que sustentan esta falsa noción de
privilegio, y que contribuyen con su difusión a la destrucción de la propiedad
privada, con lo cual se perjudican los más necesitados.
Es por eso que, como hemos dicho tantas veces, los oligopolios
y monopolios resultan ser un producto exclusivamente de creación estatal, en un
sistema estatista como en el que nos encontramos a nivel mundial. La mejor
garantía contra los privilegios es liberar al mercado de las actuales ataduras
burocráticas que los gobiernos le imponen, a la vez que dar rienda suelta a que
la competencia forme los precios que serán consecuencia de la plena vigencia de
la más absoluta propiedad privada, tanto de los medios de producción como de
los de consumo.
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