Accion Humana

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Revista Digital

Argentina: atrapada en el estancamiento económico

 Por Gabriel Boragina ©

No es liberalismo lo que sufre Argentina, sino estancamiento. Como explica Carlos Sabino,[1] esto ocurre cuando la economía no crece o lo hace apenas al ritmo de la población, con inversión y ahorro insuficientes para generar nuevas actividades productivas. Una economía de mercado, por el contrario, se caracteriza por la competencia, la innovación y la acumulación de capital como motores del crecimiento.

Lejos de un modelo liberal que genere dinamismo económico, el país está atrapado en un círculo vicioso donde la vacilante inestabilidad política interna y las cargas impositivas sofocan la inversión y el crecimiento.

Superar este estancamiento requiere decisiones claras: incentivos a la inversión, estabilidad institucional y políticas que promuevan productividad y capacitación laboral, para que la economía deje de moverse a paso de tortuga y recupere su capacidad de crecimiento sostenido.

 

📉 Inflación aún alta y persistente

  • En noviembre de 2025, la inflación interanual volvió a acelerarse, alcanzando alrededor del 31,4%, con alzas especialmente fuertes en vivienda, servicios públicos y transporte, lo cual sigue erosionando el poder adquisitivo de los salarios y afecta la canasta básica. (El País)
  • A pesar de anunciadas ''medidas de austeridad'', los precios de productos clave como la carne continúan empujando al alza los índices, mostrando la fragilidad o inutilidad del proceso de desinflación. (Reuters)

📊 Crecimiento económico débil o a medias

  • El FMI redujo sus proyecciones de crecimiento para Argentina en 2025 y 2026, estimando ahora un crecimiento menor al previsto anteriormente, con inflación proyectada más alta y condiciones externas y laborales más adversas que en informes previos. (pasó)
  • Esto sugiere que la recuperación no es tan sólida ni sostenida como se afirma en algunos discursos oficiales.

📌 Déficit en inversión e incertidumbre económica

  • El crecimiento proyectado —aunque publicitariamente positivo— se acompaña de señales de cuenta corriente en déficit y perspectivas de desempleo mayor a lo estimado antes. (Voces Criticas - Salta - Argentina)
  • La inversión privada y la demanda interna aún muestran signos de fragilidad frente a expectativas económicas inciertas, lo cual limita la formación de capital que debería impulsar actividades productivas sostenidas. (IMF / datos macro económicos generales) (IMF)

📉 Indicadores sociales asociados al estancamiento

Si bien algunos datos socioeconómicos provienen de relevamientos no oficiales o con retrasos (lo cual, al contrario de lo que se piensa, los hace más confiables todavía)  reflejan la persistencia de problemas estructurales:

  • La pobreza urbana alcanzó niveles muy altos (por encima del 50% en 2024), la cifra más elevada en décadas según el INDEC. (Reddit)
  • En periodos recientes, la desocupación llegó a 7,7% en trimestres de recesión, con claras implicaciones en la estructura productiva y social. (Reddit)

Resumiendo :

La Argentina presenta :

  1. Inflación persistente y niveles aún elevados — aunque el gobierno anuncie que haya tendencias a la baja, sigue siendo alta comparada con economías de mercado estables, afectando consumo y ahorro.
  2. Crecimiento proyectado menor al esperado y con revisiones a la baja — lo que pone en duda una supuesta recuperación vigorosa sostenida.
  3. Déficit externo y proyecciones de desempleo elevadas — indicadores típicos de economías con limitaciones estructurales, no de mercados dinámicos con alto nivel de inversión.
  4. Situación social crítica (pobreza y desempleo) — evidencia de que la actividad económica agregada no genera suficientes oportunidades productivas para la población. 

La Argentina actual exhibe los rasgos clásicos del estancamiento: la inflación interanual alcanzó 31,4% en noviembre de 2025, erosionando los ingresos de los trabajadores (El País, 2025); la inversión privada sigue deprimida y la proyección de crecimiento económico fue recientemente revisada a la baja por el FMI (Qpaso, 2025); además, el déficit externo y el desempleo muestran la persistencia de restricciones estructurales (IMF, 2025). En paralelo, la pobreza urbana supera el 50% y la desocupación alcanza 7,7% (INDEC / Reddit, 2025).

Lejos de un modelo liberal que genere dinamismo económico, el país está atrapado en un círculo vicioso donde la inestabilidad política interna y las cargas impositivas sofocan la inversión y el crecimiento. Superar este estancamiento requiere decisiones claras: incentivos a la inversión, estabilidad institucional y políticas que promuevan productividad y capacitación laboral, para que la economía deje de moverse a paso de tortuga y recupere su capacidad de crecimiento sostenido perdida ya hace décadas.

En suma, se necesita una política liberal, la que LLA[2] lejos esta de ofrecer y -de ofrecerla- de proveer.


[2] Siglas del partido gobernante ‘’La libertad avanza’’

Populismo de derecha y liberalismo: una tensión vital en la Argentina contemporánea

Por Gabriel Boragina ©

''Los populismos de nuestra región -el plural resulta apropiado, dada la diversidad de las experiencias- se caracterizan por sus imprecisiones ideológicas y por su dependencia de liderazgos personales fuertes y determinantes, lo cual los complementa y a veces hasta los hace indistinguibles de otro fenómeno muy característico de América Latina, el caudillismo, más identificado con la historia del siglo XIX. Esto impidió que llegaran a alcanzar el grado de estructuración ideológica de otros movimientos, por lo que la relación líder-masa adquirió un valor fundamental. En ausencia de una línea política clara y precisa el líder se asemejó al caudillo de otros tiempos, llevando al movimiento por las aguas turbulentas de la cambiante política, acercándose a la derecha o a la izquierda según lo aconsejaran las cambiantes circunstancias de la hora.'' [1] 

La caracterización del populismo que hace Carlos Sabino —movimientos dependientes de liderazgos personalistas, de ideologías imprecisas y de una relación líder-masa que reemplaza a una doctrina coherente— resulta especialmente útil para analizar un fenómeno que hoy se manifiesta con fuerza en la Argentina: el populismo de derecha

Aunque se lo suela presentar como una ruptura con el viejo populismo clásico o con las vertientes de izquierda, conserva rasgos esenciales del fenómeno originario:

·                     Ambigüedad programática,

·                     Concentración del poder político en un liderazgo carismático,

·                     Tendencia a redefinir la orientación ideológica según la coyuntura,

·                     Relación directa del líder con “el pueblo” sin intermediaciones institucionales.

La novedad reside en el contenido discursivo: ya no se apela a la justicia social o a la redistribución, sino a la lucha contra “la casta”, al orden, a la reducción del Estado y a la moralización de la vida pública. Pero esta novedad no lo convierte en liberal, ni económica ni políticamente. Y aquí radica el punto central.

 

1. Populismo de derecha: una lógica política, no una doctrina

A diferencia de una ideología, el populismo no se explica por un cuerpo conceptual estable sino por un estilo de poder. Siguiendo la descripción de Sabino, el movimiento se estructura alrededor de un líder que reclama la representación exclusiva de un “pueblo auténtico” enfrentado a un “enemigo interno”.

De allí emergen rasgos que también se observan en la Argentina:

·                    Personalización extrema de la autoridad, donde la figura presidencial se coloca por encima de la institucionalidad.

·                    Oscilación doctrinaria, que permite defender simultáneamente políticas contradictorias según la conveniencia del momento.

·                    Concepción plebiscitaria del poder, donde la legitimidad se mide por apoyo emocional más que por resultados o coherencia normativa.

Esta lógica, aunque se revista de retórica meritocrática o antiestatista, no conduce necesariamente a un orden liberal.

 

2. El liberalismo económico: reglas, instituciones y límites

El liberalismo económico se asienta sobre principios claros:

  • Mercados libres,
  • Propiedad privada,
  • Estabilidad monetaria,
  • Disciplina fiscal,
  • Competencia,
  • Reglas previsibles y universales.

Un populismo —de derecha, de izquierda o mixto— puede tomar elementos del programa liberal, como la promesa de reducir el gasto, bajar impuestos o abrir la economía. Pero su lógica estructural es distinta: mientras el liberalismo confía en las reglas impersonales, el populismo confía en el líder; mientras el liberalismo demanda previsibilidad, el populismo se alimenta de la excepcionalidad; mientras el liberalismo requiere instituciones sólidas, el populismo las percibe como estorbos para la voluntad política.

Por eso, un populismo puede predicar el libre mercado y, al mismo tiempo, gobernar con discrecionalidad, redefinir políticas según el clima político, confrontar con actores económicos a través de nombres propios o sostener intervenciones selectivas que contradicen el marco general del mercado.

 

3. El liberalismo político: la verdadera línea divisoria

Si la diferencia con el liberalismo económico ya es importante, respecto del liberalismo político la distancia es aún mayor.

El liberalismo político exige:

  • Separación de poderes,
  • Republicanismo,
  • Estado de derecho,
  • Libertades civiles garantizadas,
  • Respeto a las minorías,
  • Prensa libre,
  • Instituciones que limiten el poder.

El populismo de derecha argentino tiende, como el de izquierda, a asumir que el liderazgo popular otorga una legitimidad superior a los controles institucionales. El Congreso, la Justicia, los organismos de control e incluso la prensa son percibidos como obstáculos para la “verdadera voluntad popular”.

El liberalismo, en cambio, parte precisamente del supuesto contrario: que el poder debe ser limitado, controlado y distribuido, porque ninguna mayoría coyuntural puede ser árbitro absoluto de la vida política.

Mientras el populismo ofrece una épica, el liberalismo ofrece procedimientos. Mientras el populismo promete soluciones rápidas, el liberalismo defiende procesos lentos pero estables. Mientras el populismo se orienta a la voluntad del líder, el liberalismo se ordena por la ley.

 

4. Más allá de las etiquetas: por qué es importante distinguir

La confusión entre populismo de derecha y liberalismo no es trivial.

Un país como la Argentina —marcado por crisis cíclicas, por la debilidad de sus instituciones y por la volatilidad de sus políticas— necesita reglas estables, no voluntarismo político.

Es posible que ciertos populismos adopten medidas económicas compatibles con el ideario liberal, pero la ausencia de constancia, la imprevisibilidad y el conflicto permanente con los controles republicanos generan un entorno en el que ninguna política de largo plazo puede sostenerse.

En definitiva, la cita de Sabino permite entender que el populismo, cualquiera sea su orientación nominal, no es un camino hacia el liberalismo, sino una forma alternativa de ejercer el poder. Y cuando el liberalismo se reduce a una estética o a un discurso antiestatista, pero carece de las raíces institucionales y políticas que lo definen, lo que emerge no es un orden libre, sino otra variante del viejo fenómeno: un liderazgo personal que navega, como dice Sabino, “las aguas turbulentas de la cambiante política”, cambiando de rumbo según lo exijan las circunstancias, pero sin abandonar la lógica central del populismo. 


[1] Carlos SABINO; Diccionario de Economía y Finanzas. Contiene léxico inglés-español y traducción de los términos al inglés. Consultores: Emeterio Gómez; Fernando Salas Falcón; Ramón V. Melinkoff. CEDICE. Editorial Panapo. Caracas. Venezuela. Voz ''Populismo''.

La misión del liberalismo (y por qué Argentina sigue sin cumplirla)

Por Gabriel Boragina ©

La historia de las ideas políticas demuestra que pocas corrientes han sido tan mal interpretadas —y a veces tan injustamente deformadas— como el liberalismo. Nacido para limitar el poder, proteger a las personas frente al abuso estatal y asegurar las condiciones necesarias para la prosperidad, el liberalismo presenta una misión clara y contundente: garantizar la libertad individual como fundamento del orden social. Ese es el hilo que une a John Locke, Adam Smith, Alexis de Tocqueville, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, Milton Friedman y tantos otros campeones del pensamiento liberal. Pero también es, paradójicamente, la misión que Argentina ha elegido ignorar sistemáticamente durante décadas.

Locke estableció que la razón de ser del Estado es proteger la vida, la libertad y la propiedad. Sin ese triángulo moral, no hay república que sobreviva ni ciudadanía que prospere. Smith, por su parte, demostró que el progreso económico depende de un marco institucional que permita a cada individuo perseguir sus propios fines en paz, bajo reglas generales y estables. Tocqueville advirtió que las sociedades libres requieren ciudadanos responsables, instituciones vigiladas y un Estado limitado para evitar la “tiranía suave” de los gobiernos que, con el pretexto de cuidar, terminan dominando. Ya en el siglo XX, Mises y Hayek alertaron sobre la deriva fatal del intervencionismo: cuando el Estado se atribuye funciones que exceden la protección de derechos, termina sofocando la iniciativa, distorsionando precios, destruyendo incentivos y, finalmente, minando la libertad misma. Friedman remató la cuestión: cada expansión del poder estatal implica una contracción proporcional de la libertad individual, aunque se la disfrace de “política pública”.

Todas estas ideas convergen en una tesis simple pero profunda: el liberalismo no es un programa económico, sino un programa moral. Su misión es poner al individuo en el centro, no como consumidor ni como engranaje productivo, sino como sujeto soberano de su propia vida.

Argentina: una traición sistemática a la misión liberal

En teoría, Argentina abrazó alguna vez ciertos ideales liberales —aunque siempre de manera incompleta y conflictiva—; en la práctica, los fue abandonando con sorprendente velocidad. Nuestro país eligió caminar por la senda opuesta: estatismo, corporativismo, discrecionalidad, regulaciones asfixiantes, impuestos confiscatorios y una cultura política que ve a la libertad con desconfianza y al Estado como tutor permanente.

La misión liberal exige reglas estables; Argentina ofrece volatilidad normativa.

La misión liberal exige respeto irrestricto por la propiedad; Argentina ofrece inseguridad jurídica y confiscación silenciosa vía inflación e impuestos.

La misión liberal exige gobiernos austeros y limitados; Argentina mantiene un Estado elefantiásico, voraz e ineficiente.

La misión liberal exige igualdad ante la ley; Argentina multiplica privilegios sectoriales, regímenes especiales y excepciones que benefician a unos pocos.

La misión liberal exige libertad de emprender; Argentina castiga al que produce, grava al que arriesga y desalienta al que invierte.

Así, la traición no es sólo institucional o económica: es cultural. El país fue naturalizando la idea de que siempre hace falta un “Estado presente”, aunque ese Estado no logre cumplir eficientemente ni sus funciones más elementales: seguridad, justicia, educación y moneda sana. El resultado es un círculo vicioso que los clásicos liberales describieron con precisión profética: cuanto más falla el Estado, más reclama la sociedad que el Estado intervenga; y cuanto más interviene, más destruye las condiciones para funcionar correctamente.

Los campeones del liberalismo, hoy

Si Locke viviera en Argentina, preguntaría dónde quedó la protección de la propiedad privada frente a la inflación crónica que licúa salarios y ahorros.

Si Smith analizara la maraña impositiva, concluiría que el sistema está diseñado no para incentivar el trabajo, sino para castigar la productividad.

Si Tocqueville examinara nuestras instituciones, advertiría con alarma la proliferación de feudos provinciales, el uso político de los recursos públicos y el estancamiento cívico que surge de la dependencia estatal.

Si Mises y Hayek observaran el entramado de controles, subsidios, regulaciones y distorsiones, lamentarían cómo el intervencionismo destruyó la coordinación espontánea del mercado y la responsabilidad personal.

Si Friedman estudiara nuestro Banco Central, lo citaría como ejemplo perfecto de cómo la discrecionalidad monetaria es una máquina de empobrecer.

La misión liberal como tarea pendiente

Para que la misión del liberalismo se cumpla en Argentina, no basta con reformas técnicas ni con discursos promercado. Hace falta un cambio profundo de valores: recuperar la noción de que la libertad individual no es negociable, que la ley debe ser un límite al poder y no un instrumento al servicio de intereses corporativos, que el progreso es hijo de la responsabilidad y no del asistencialismo, y que la prosperidad depende más de las instituciones que de los gobiernos.

La misión del liberalismo no es gobernar “para el mercado”, sino gobernar para la libertad. Es asegurar un marco donde cada persona pueda elegir, crear, comerciar, asociarse, invertir y proyectar su vida sin miedo a que el poder político cambie las reglas o confisque el fruto de su esfuerzo. Es devolver al ciudadano la dignidad de ser dueño de su destino.

Argentina todavía está lejos de ese ideal. Pero conocer la misión del liberalismo —y entender por qué los grandes pensadores la defendieron con tanta convicción— puede ser el primer paso para reconstruir un país que, alguna vez, creyó en la libertad y, si decide hacerlo, todavía puede recuperarla.

Liberalismo, confianza en la justicia y desarrollo: el respeto irrestricto de los derechos individuales como base del progreso

 

Por Gabriel Boragina ©

La historia económica y política demuestra que las naciones que han alcanzado niveles sostenidos de desarrollo, institucionalidad y bienestar comparten un denominador común: un orden jurídico confiable que protege los derechos individuales y limita estrictamente el poder del Estado. Esta premisa, central en el pensamiento liberal clásico, sostiene que la libertad individual, la propiedad y el cumplimiento imparcial de la ley no son simples valores filosóficos, sino condiciones innegociables para el progreso de una sociedad. Allí donde la ley se aplica con previsibilidad y neutralidad, florecen la inversión, la innovación, el trabajo productivo y la convivencia pacífica. Allí donde la justicia se deforma, se politiza o pierde credibilidad, el desarrollo se estanca.

El liberalismo, desde sus orígenes teóricos, entiende que la confianza en la justicia es el cimiento de toda construcción institucional sostenible. John Locke ya afirmaba en su Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil que los hombres acceden a vivir bajo un Estado únicamente para obtener una garantía efectiva de sus derechos naturales, especialmente la vida, la libertad y la propiedad. El Gobierno, para Locke, no es creador de derechos, sino protector de ellos. Si ese pacto se quiebra —por arbitrariedad, corrupción o abuso estatal— la sociedad pierde su fundamento político y los ciudadanos, inevitablemente, retraen su participación productiva o buscan protegerse al margen del sistema.

Friedrich A. Hayek profundizó esta idea al señalar que la libertad individual solo puede prosperar si existe un orden jurídico que limite la discrecionalidad estatal. En Camino de servidumbre, Hayek advierte que sin reglas claras y estables, que se apliquen por igual a gobernantes y gobernados, la economía se convierte en terreno fértil para la concentración de poder, la planificación coercitiva y, en última instancia, la servidumbre de los ciudadanos. La incertidumbre jurídica —producto de regulaciones arbitrarias, cambios improvisados en las normas o decisiones judiciales manipuladas— actúa como una señal negativa que disuade el ahorro, la inversión y el emprendimiento.

Robert Nozick, desde una perspectiva más contemporánea, también refuerza esta visión al sostener en Anarquía, Estado y utopía que la única función legítima del Estado es la protección contra la fuerza, el fraude y el incumplimiento de contratos. Todo avance más allá de esa función compromete la libertad individual y, por lo tanto, debilita la dinámica social que genera prosperidad.

La relación entre justicia confiable y desarrollo económico no es solo teórica. La evidencia empírica muestra que los países con mayor respeto por la propiedad privada y el cumplimiento de la ley son consistentemente aquellos con mejores indicadores de ingreso per cápita, innovación, inversión extranjera directa y movilidad social. La razón es sencilla: nadie arriesga su capital, su tiempo o su talento en una sociedad donde el fruto de su esfuerzo puede ser arrebatado sin consecuencias. Por el contrario, cuando las reglas son estables y se cumplen, los individuos dan ese paso adicional que permite hacer crecer la economía: invierten, contratan, inventan, producen.

Juan Bautista Alberdi, en el caso argentino, dejó expresado en Sistema económico y rentístico que la riqueza nacional no surge de la acción del Estado, sino de la libertad civil garantizada por la Constitución. La función del Estado —remarcaba Alberdi— es asegurar el orden jurídico que resguarde la propiedad privada, la libertad de industria, el comercio y el trabajo. Cuando este marco se respeta, el país progresa; cuando se ignora o la ley se convierte en herramienta de presión política, las fuerzas productivas se paralizan.

Una justicia confiable no implica un poder judicial perfecto, sino uno independiente, transparente y sometido únicamente al imperio de la ley. Requiere jueces profesionales, no militantes; procesos basados en la prueba y no en la conveniencia; sentencias que se cumplan sin necesidad de afinidades políticas. También exige un Estado que se autolimite, que respete la división de poderes, que se abstenga de ocupar espacios privados y que comprenda que su grandeza reside en su capacidad para garantizar la libertad ajena, no en administrarla.

En el ámbito económico, la confianza jurídica también se traduce en seguridad de propiedad. Cuando un país premia el ahorro, la inversión y la creación de riqueza —y no su destrucción— envía la señal correcta a quienes generan empleo y desarrollo. En cambio, la inseguridad jurídica, el intervencionismo arbitrario o la inflación crónica actúan como formas indirectas de expropiación, pues erosionan la riqueza acumulada de los ciudadanos sin compensación. Como señalaba Ludwig von Mises, la propiedad privada no es una condición moral opcional, sino el único mecanismo que permite la coordinación social efectiva en una economía libre.

Por todo lo expuesto, el desarrollo de un país no depende principalmente de sus recursos naturales, de sus gobiernos de turno ni siquiera de su cultura, sino de la fortaleza de su marco jurídico y de su compromiso sostenido con el respeto irrestricto de los derechos individuales. Allí donde impera la ley, donde la justicia es confiable, donde el Gobierno se entiende limitado y donde el ciudadano sabe que lo suyo es suyo, la sociedad avanza. Allí donde ese pacto se rompe, la decadencia deja de ser una posibilidad para convertirse en destino.

En definitiva, el liberalismo no propone una utopía ni un credo abstracto: propone una estructura institucional concreta para que cada ciudadano pueda vivir, trabajar, producir y prosperar sin miedo. El desarrollo es la consecuencia. La justicia confiable, su condición necesaria.

En la Argentina de LLA estas condiciones jurídico-liberales no existen.

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