Por Gabriel Boragina
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El rechazo del
capitalismo no es nuevo, apareció prácticamente con su misma manifestación y se
prolongó en el tiempo. Es más, esa reacción contra aquel se fue extendiendo a
medida que la institución pretendía expandirse no sin dificultad.
Paradójicamente, cuantos mayores beneficios promovía el capitalismo mayor
oposición generaba entre la gente, sobre todo en las capas intelectuales que
fueron las que -en definitiva- más se destacaron en difamar al sistema. Sólo en
muy escasa medida, y en ámbitos muy reducidos, se reconocían los aspectos
auténticamente progresistas (palabra la cual, desafortunadamente, fue
apropiada por los sectores contrarios al capitalismo hasta consolidarse en
nuestros días) del capitalismo.
"Nada es hoy más impopular que la
economía del libre mercado, es decir, el capitalismo. Todo lo que se considera
insatisfactorio en las condiciones actuales se achaca al capitalismo. Los ateos
hacen al capitalismo responsable de la supervivencia del cristianismo. Pero las
encíclicas papales acusan al capitalismo de la extensión de la irreligión y de
los pecados de nuestros contemporáneos y las iglesias y sectas protestantes no
son menos vigorosas en su acusación a la avaricia capitalista."[1]
Nuevamente un párrafo
de vibrante actualidad como todo lo relativo a la obra del genial profesor Ludwig
von Mises. Nada ha cambiado al respecto, salvo en esferas muy minoritarias que
reconocen la importancia del capitalismo y su vitalidad como único motor del
progreso económico. Al capitalismo se le achacan todos los males posibles,
habidos y por haber, inclusive aquellos que provienen de causas naturales. En
la actualidad -y ya desde algún tiempo- diversos fenómenos naturales, tales
como el cambio climático (cuya realidad es relativa en buena medida) se
atribuyen popularmente al capitalismo, como no podía ser de otro modo, y
confirmando la tendencia delineada en su momento por L. v. Mises.
"Los amigos de la paz consideran a
nuestras guerras como una consecuencia del capitalismo. Pero los belicistas más
radicales de Alemania e Italia acusaban al capitalismo por su pacifismo
“burgués”, contrario a la naturaleza humana y a las inevitables leyes de la
historia. Los sermoneadores acusan al capitalismo de romper la familia y
promover la promiscuidad. Pero los “progresistas” acusan al capitalismo por la
conservación de normas supuestamente anticuadas de restricción sexual."[2]
El capitalismo ha
sido y sigue siendo atacado por absolutamente todos los flancos, sencillamente
por la razón de que quienes así argumentan no saben de lo que hablan, no
conocen el sistema, ni tampoco sus componentes, ni las causas que determinaron
su aparición, como tampoco su naturaleza, ni las consecuencias beneficiosas que
su aplicación implica y, menos aún, la sólida filosofía en la que se respalda. Quienes
critican al capitalismo utilizan esta palabra como una simple muletilla, excusa
oportuna que calza perfectamente como chivo expiatorio que sirve de
consuelo vano a sus complejos de culpa, y que les permiten una auto exculpación
de errores y males que sus propias falsas ideas provocan. Aprovechando el
desprestigio que echó sobre el vocablo su más acérrimo enemigo, Karl Marx, y la
enorme popularidad obtenida por este último autor más allá de lo que quienes se
creen antimarxistas están dispuestos a reconocer, las masas han encontrado en
el capitalismo y en sus representantes los capitalistas, la encarnación
perfecta del mismísimo mal.
"Casi todos los hombres están de acuerdo
en que la pobreza es una consecuencia del capitalismo. Por otro lado, muchos
deploran el hecho de que el capitalismo, al atender generosamente los deseos de
la gente de tener más servicios y una vida mejor, promueve un materialismo
zafio."[3]
Como el mismo autor
se encarga de explicar de manera más que magistral, la pobreza es no otra cosa
que la ausencia del capitalismo allí donde la primera se localiza. Pero ya sea
por una razón o por su contraria el capitalismo se condena por igual, sea porque
se considere que es el origen de la pobreza, sea que se lo acuse de corromper a
la gente por transformarla en groseramente materialista. Bastaría indicar que
en la época de las cavernas lo que reinaba por doquiera era la pobreza más
absoluta, donde el hombre no disponía definitivamente nada que no fueran los
recursos naturales que no podía explotar ni aprovechar porque no existían las
herramientas necesarias y adecuadas para tal fin. Y que la idea generadora de
la primera herramienta puede considerarse con justicia como la primera idea
capitalista, ya que una simple herramienta (como puede ser un mazo o una pala)
es un bien de capital por cuanto tanto su invención como su uso no está
destinado al consumo directo sino a la producción de otro bien (intermedio o
final) si dirigido al consumo.
Y en cuanto a que el
capitalismo provoca "un materialismo zafio" la falsedad de esta
última afirmación es también muy simple de demostrar, habida cuenta que son las
situaciones de escasez las que despiertan (muy a pesar de quienes las padecen)
una mayor propensión al materialismo, dado que son los pobres los que más experimentan
la necesidad de obtener bienes materiales, precisamente porque carecen de ellos
y de los elementos materiales mínimos para proveer a su existencia física, de
donde es fácil concluir que, no es por apego a lo material sino por la ausencia
de lo material que los pobres estén más preocupados (y ocupados) por proveerse
de lo material y -en ese sentido- se vean obligados no por gusto sino por
necesidad a ser más materialistas que aquellos que no viven en situación de
pobreza. Los que disponen de más bienes materiales resultan menos urgidos, que
los posicionados en la situación contraria, de preocuparse por lo material.
"Estas acusaciones contradictorias del
capitalismo se anulan entre sí. Pero permanece el hecho de que queda poca gente
que no condene completamente el capitalismo."[4]
Naturalmente las
acusaciones al capitalismo son absurdas por donde se las mire, pero poca gente,
o ninguna, mejor dicho, las formula de manera racional por lo que ya hemos
señalado tantas veces: existe no sólo un desconocimiento palmario de lo que el
capitalismo es, sino también una enorme carga de prejuicios que pesan
sobre el aquel, pese a que ni uno de los tales posea fundamentos de ninguna
naturaleza. El capitalismo sigue sin ser una buena palabra.
"Aunque el capitalismo es el sistema
económico de la civilización occidental moderna, las políticas de todas las
naciones occidentales están guiadas por ideas completamente anticapitalistas.
El objetivo de estas políticas intervencionistas no es conservar el
capitalismo, sino sustituirlo por una economía mixta."[5]
El mundo occidental
no ha sabido reconocer al capitalismo como el sistema que le diera origen,
sentido y razón de ser. Lo ha sentenciado, de la misma manera que ha condenado
a su opuesto, el socialismo. Pero -como hemos visto- esta censura es mucho más aguda
cuando del capitalismo se trata que cuando se la hace respecto del socialismo.
Los términos nunca han sido parejos en dicho sentido.
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